1. La mili


    Fecha: 19/06/2018, Categorías: Gays Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos

    ... presintiendo, en una palabra, que iba a tener lugar EL POLVO, y que pocos se acercarían ni remotamente a lo allí alcanzado. - - Esto servirá. ¿No crees? –dijo mientras su descomunal polla portaba el cinturón del uniforme. - - Pégame. ¡Pégame por qué te odio! Primero tocó su polla con arrogancia; después cogió suavemente la hebilla del cinturón y dejó que éste se deslizará con elegancia por su miembro. El cinturón cayó pesado, sin vida, pero amenazador. Su color negro y su anchura mostraron en su mano la diabólica cara que ocultaban. - - ¿Qué haces, joder? ¡Pégame, por qué te odio, hijo de puta! ¡Me cago en tu madre! El cinturón seguía inerte. El sudor regaba aquel cuerpo vigoroso hecho a hachazos. Él estaba petrificado, concentrando toda su energía en esa quietud amenazadora que deambulaba por sus formados músculos. El rostro estaba serio, lacónico, sólo sus ojos mostraban el mismo odio que nos teníamos, entendiendo en ese instante todo el amor que se reunía en la humillación. Pues era la humillación el amor más desenfrenado que se podía entregar. Como un rayo el cinturón restalló violentamente sobre mi piel, dejando su rastro sobre mis piernas. - - ¡Tienes que quererme, hijo de puta, tienes que quererme como yo te quiero! Ni tiempo me dio a contestar, una segunda firma se depositaba sobre mi sorprendido abdomen. Él avanzó hacia mí, se subió a la cama y abriéndose de piernas me encerró en la cárcel de su belleza. Yo me abracé extasiado de placer, tratando de protegerme de lo ...
    ... que más ansiaba, y dispuesto a recibirlo, pues nada deseaba más. Las lágrimas anunciaron con su urgencia todo lo que estaba disfrutando. - - ¿Me oyes? ¿Escuchas lo que te digo? - - Te odiaré. ¡Te odiaré con toda mi alma! –contesté sollozando entre jadeos-. ¡Eres el hijo de puta que escogí para odiar! Y aquella mole empezó a azotarme con violencia. El canto de mi cuerpo se fundía con el silbante viaje del cinturón, trazando una melodía casi continua. Su maldad tomó el mando, llevándome a un placer salvaje, pues de improviso, mis huevos comenzaron a cosquillear, iniciando ese viejo llamado que anunciaba una corrida deliciosa. Yo lo miraba agradecido, cegado por su entrega, sumido por su infinita masculinidad, y él me correspondía con una malicia astuta, pues muchos de sus latigazos no caían sobre mi cuerpo sino en la roñosa colcha, consiguiendo un efecto similar al que conseguirían si estallasen sobre mi piel. Tengo que explicar que el placer de esto estaba repartido en todo el conjunto. Se iniciaba cuando su poderoso bíceps erguía su vuelo restallando el cinturón que silbaba el aire al cruzarlo, allí suspendido, daba tiempo para que tu cuerpo asimilase el placer que venía a continuación, y que se precipitaba en décimas de segundo hasta explotar, en un viaje adrenalítico, marcando tu piel y mostrar otra naturaleza cuando ésta escocía e irradiaba por todo el cuerpo el ardor de la violencia. Me di cuenta que la leche de mi polla, se abría paso, era un orgasmo distinto a todos los ...
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