Loca por los vibradores
Fecha: 03/07/2018,
Categorías:
Masturbación
Hetero
Autor: Lucrecia, Fuente: CuentoRelatos
... abrir los ojos y contemplar su rostro de niño travieso. —Como para no cogérselo —respondió—. De otro modo no podría ver la cara de putita que pones cuando te corres. Es solo comparable, guardando las distancias, a las contadas veces que te masturbas delante de mí y que tanto me gusta, como bien sabes. —Ahora no será necesario. Al menos, mientras seas tú quien controla la situación. Con el discurrir de la tarde, noté que se había aferrado con uñas y dientes al término ‘control’ y a su significado. Así, caprichosamente, ejercía su poder cuando yo menos lo esperaba. En ocasiones, no usaba el control durante un buen rato. Luego, cuando estaba distraída viendo la tele, me regalaba interminables minutos de inesperado placer. A eso de las nueve, la situación cambió radicalmente con una propuesta insospechada. —Cenemos fuera —me dijo—. Quiero ver cómo te comportas estando en público. —¿Te refieres a usarlo donde vayamos? —pregunté haciéndome cruces. —Claro. Será divertido. Le noté tan seguro que no me opuse, aunque mis planes pasaban por pasar la tarde y la noche en casa, motivada por un maratón de placeres ahora frustrado. —Está bien. Deja que me arregle y lo limpie como es debido. Antes, llevada por la emoción, he olvidado hacerlo, y la higiene es lo primero. Dani insistió en que ya no tenía remedio. Prefirió que lo mantuviera en mi interior. En estas circunstancias utilizó el mando mientras me vestía, o en el baño cuando me maquillaba, o bajando en el ascensor, incluso en el ...
... garaje, cuando fingió confundir el mando con el de la puerta automática, apretando una y otra vez mientras protestaba porque “la puñetera puerta no funciona”. ¡Que cabrito puede llegar a ser en ocasiones!, pensé. ¡En fin! Durante el trayecto al restaurante, aprovechó cualquier semáforo para darme matarile apretando el botoncito, jugando con la duración y la intensidad. Llegó un momento en que no pude más y me corrí como una cerda en la intersección de una calle, sin darme cuenta de que, a nuestra derecha, había otro coche parado y dentro un hombre y una mujer de mediana edad. Quise desaparecer del mapa. Estaba segura de que ella había notado que algo extraño me pasaba. Posiblemente, viendo mis gestos, su conclusión era certera. —Lo siento en el alma, Dani, pero debo sacármelo —le dije compungida—. No creo que sea bueno llevarlo dentro tanto tiempo. Deja que descanse al menos durante la cena. —Tú misma —respondió como si nada—. Tú decides cuándo sí y cuándo no. Me sentí la mujer más afortunada con un novio tan guay. Este pensamiento abrió mi apetito, tanto que repetí postre: una macedonia de frutas que, según la carta, contenía un componente afrodisiaco. No se si fue por la fruta o por la novedad que suponía cenar fuera de casa con mi amor. El caso es que me sentía eufórica, con ganas de bailar. Apenas compartí este deseo con Dani, hizo una llamada de teléfono. —He quedado con Carlos y Azucena —me dijo—. Ahora están en un local con otras dos parejas. ¿Te animas? —Sí, cielo, pero ...