Loca por los vibradores
Fecha: 03/07/2018,
Categorías:
Masturbación
Hetero
Autor: Lucrecia, Fuente: CuentoRelatos
... antes debo ir al baño. Diez minutos más tarde, volvíamos a recorrer las calles de la ciudad en el coche. —¿Tienes por ahí el mando de ya sabes qué? —le pregunté. —Sí. ¿Por? —No me preguntes, Dani, pero he vuelto a meterme el aparatito. Ha sido un impulso repentino. Para mí era un reto más que un impulso. Me motivaba llevarlo dentro cuando estuviésemos rodeados de gente. Ya en el local, y tras las presentaciones (Dani no me dio tiempo para más), empecé a notar las primeras vibraciones. Trataba de disimular el gustito que se apoderaba de mi entrepierna, mientras él me miraba con malicia y yo le devolvía una sonrisa, retándole, ansiosa porque recogiera el guante. Lo hizo, aprovechando que yo charlaba con las chicas y él con los chicos, con su mano metida en el bolsillo y apretando el botoncito sin miramientos, una y otra vez. Me costaba, me costaba mucho mantener la compostura, evitar que ellas vieran lo que aquella señora del otro coche. Cuando ya no podía más debido al intenso placer, disimulaba los gemidos con todo tipo de artilugios. Unas veces, tosía volviendo la cabeza; otras, simulaba un estornudo girando el torso; el resto, simplemente tarareaba la canción que sonaba. Estuvimos en aquel local unas dos horas, tiempo más que suficiente para que yo me pusiera más cachonda de lo que recordaba. —Vamos a casa, Dani —le dije aprovechando que le tenía a mi lado—. Ya no puedo más y necesito que me folles salvajemente. Nos despedimos de nuestros amigos y apresuradamente salimos de ...
... allí. El regreso a casa fue más o menos tranquilo pues, sabiamente, Dani apenas utilizó el mando. Lo suficiente para mantener la llama encendida. Volvió a la carga en el ascensor. Durante el ratito que tardamos en subir los siete pisos, no dejó de pulsarlo al tiempo que me magreaba los pechos y el culo, arrebatado, mucho más impetuoso de lo normal. —Espera a que estemos en casa —le dije, tratando de evitar que me follara allí mismo. Apenas entramos en el apartamento, se aferró a mí por la espalda y caminamos de mala manera hasta el dormitorio. —No, no te desnudes —dijo cuando me disponía a hacerlo—. Quiero hacer algo que lleva torturándome toda la noche. Ni corto ni perezoso, me situó junto al borde de la cama, de espaldas a él, forzó mi cuerpo hacia delante y quedé con el culo expuesto. Luego levantó mi minifalda, me bajó la braguita e hizo lo propio con sus pantalones y el slip. —Abre las piernas —ordenó. —¿Me saco el vibrador? —pregunté. —No, de momento no. Di por sentado que pretendía jugar un poco más antes de penetrarme. Qué equivocada estaba. Seleccionó la máxima intensidad y pulsó el botón. El placer era increíble y por momentos creí desfallecer. Entonces, aprovechando que mi cabeza estaba en otra parte, colocó el glande en el ano y empujó hasta introducir del todo la verga, sin levantar el dedo del botoncito. ¡Dios! Creí morir de placer entre gritos y gemidos. Otras veces habíamos intentado la penetración anal, sin demasiado éxito pues, aunque mi ano se dilataba con ...