Por no pagar la cuenta
Fecha: 17/07/2018,
Categorías:
Confesiones
Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos
... un momento alcancé a pensar que en "venganza" me estaba orinando, pero el sabor de la venida era inconfundible. - Ahora sí viene lo bueno, me dijo con voz agitada y todavía entrecortada, luego de que acabó de venirse. Seguía sin entender, y mucho menos cuando observé que Angélica y Sonia se retiraron, aunque siguieron en la pieza, dejándome completamente arrecho, ya que no había alcanzado a venirme en la boca de Sonia. Entonces escuché un grito de doña Teresa, quien dijo: - Hijo de puta, ahora me toca a mí. Vas a ver lo que es bueno, venga para acá que te estoy esperando. Yo dirigí la mirada hacia ella y me quedé pasmado. Se había desnudado por completo y lo más aterrador era observar la "sombra oscura" que tenía entre las piernas. Casi me desmayo cuando vi su cuerpo grande, relativamente bien formado para su edad y lleno de curvas, en el que se destacaba inmediatamente una extensa mata de pelos que como la de un hombre le llegaba hasta el mismo estómago y se extendía incluso por los muslos. Jamás había visto nada igual y creo que jamás lo volveré a ver!! Me acerqué y cuando pude ver mejor, pude comprender entonces la razón de su fuerte voz, de su gran cantidad de vello y de su forma de ser: era una mujer, pero en su sexo le colgaba un pequeño miembro, todavía flácido, pero que ya daba muestras de excitación, ya que tenía un hilillo delgado de una especie de flujo que le colgaba de la punta, lo que indicaba que se encontraba totalmente arrecha por la situación y por lo ...
... que había visto hasta ahora. Entonces me dijo: chúpamelo!!! Yo me negué automáticamente, sin recordar la situación en que me encontraba, y olvidando que había aceptado sus condiciones para salir del problema. Angélica y Sonia se acercaron y nuevamente me levantaron, aconsejándome que mejor hiciera caso, que doña Teresa no estaba jugando y que a la fuerza me iría peor, ya que con Cristina tenían una fuerza descomunal, al punto de que en otra ocasión habían obligado a un hombre a hacer lo mismo que me pedían a mí, no sin antes haberle dislocado un brazo. Resignado acepté sus razones y comencé a acercarme a doña Teresa. Ella me detuvo y a continuación se recostó en la cama, colocando su cabeza sobre una almohada para observar cómodamente lo que iba a hacerle, y darme órdenes. Ahora sí, dijo. Yo me fui acercando poco a poco, acariciándole lo velludos muslos y pasándole la lengua por su interior, hasta que llegué al pequeño miembro. Comencé a acariciarlo con la mano, con un poco de impresión y algo de asco, cuando de pronto ella me pegó una tremenda cachetada diciéndome: nada de caricias, métetelo a la boca, desgraciado. No me quedó otra que metérmelo en la boca y comenzar a chupar. Inmediatamente comenzó a crecer y a manar abundante líquido, que yo tenía que tragar para no desatar la furia de doña Teresa. El sabor era fuerte, pero no tan desagradable, por lo que comencé a subir y bajar por el tronco con menos fastidio, mientras doña Teresa empezaba a gemir, a subir y a bajar las ...