Mis machos del campo
Fecha: 04/09/2017,
Categorías:
Confesiones
Autor: chabelita, Fuente: CuentoRelatos
Me llamo Isabel, tengo 47 años, soy bajita, morocha, cabello largo que suelo usar con una trenza, tengo un lindo cuerpo, buenas piernas, una cola parada y menudita y los pechos grandes y atractivos con pezones casi como la tetilla de una mamadera, lo sé porque todos los hombres me los miran con deseo. Me case a los 21 con Luis, mi primer novio y fue prácticamente el único con el que tuve relaciones sexuales. Nuestra vida íntima nunca fue buena, él era eyaculador precoz y nunca quiso hacerse tratar, esas cosas de la hombría mal entendida, sumado a eso la monotonía de tantos años me había hecho resignar a tener un orgasmo cada tanto y solamente con una masturbación propia o cuando Luis se dignaba a hacerme acabar con sus dedos. La rutina y sus ronquidos al dormir nos llevaron a dormir en cuartos separados. Cuando Luis perdió el trabajo ya no nos alcanzaba para pagar el alquiler de la casita donde vivíamos con los ingresos de mi pequeño negocio de lencería. De modo que a mis 42 años nos fuimos de caseros a un campo de la Patagonia. Allí tendríamos casa gratis y un sueldo que si bien no era grande nos permitiría ahorrar para regresar, porque no había gastos, excepto la comida. La casa era pequeña y confortable, rodeada de un bosquecito de eucaliptus y cerca de un arroyo poco corrientoso y a unos 50 metros estaba la casa de los peones, tres hermanos jovencitos que hacía un año habían perdido a su padre alcohólico. Eran chicos lindos, rudos y fuertes. Cuando nos instalamos Luis y ...
... yo decidimos seguir como siempre, cada uno en un cuarto, cuando él quisiera vendría y tendríamos relaciones aburridas como siempre. Desde el primer día noté como los muchachos me comían con la mirada. Se presentaron muy educados y tímidos. El mayor Ricardo de 19 años y los mellizos de 18 Luis y Juan. El verano era agobiante y yo dormía con los vidrios de la ventana abierta y una cortina transparente que permitía que entrara el aire. A la segunda noche estaba leyendo en la cama y para sentirme más fresca solo tenía una tanguita y un camisolín rojo que tenía dos tiras de escote y me llegaba hasta el ombligo. De pronto una brisa movió la cortina y con el reflejo de la luz de mi cuarto pude ver los rostros de los hermanos, en principio casi grito por la sorpresa, pero disimule como si no los hubiera visto y seguí leyendo, los imagine pajeandose por verme y empecé a sentirme excitada y deseada. Me coloque de costado en la cama de modo que pudieran ver mi culo al que solo tapaba la tirita de la tanga, me moví disimuladamente de todas las formas posibles para dejar que vieran todo lo que quisieran. Me pareció (o tal vez imagine en mi excitación) escuchar algún gemido que indicaba que seguramente esas tres pijas fuertes y jóvenes estaban manando leche por mí. Sentí tanto morbo y calentura que por un momento estuve a punto de pajearme, pero apague la luz y trate de dormir, pero no logre hacerlo hasta que no me masturbe y tuve un orgasmo como pocas veces había tenido. Al otro día todo ...