1. Hermanita fogosa


    Fecha: 26/10/2018, Categorías: Incesto Autor: Ricardo Diaz, Fuente: CuentoRelatos

    El verano de ese año fue especialmente caluroso, aunque la sombra de los árboles que poblaban el patio de nuestra casa nos brindaban unas tardes de siestas bajo el parrón o la higuera que nos aislaban tanto de la temperatura ambiente como de la actividad reinante en las calles. En esa época vivía con mi madre, separada desde hacía unos cinco años, y mis dos hermanas mayores, Claudia y Teresa. En la casa de al lado a la nuestra vivía Patricia, una bella mujer de 30 años, casada hacia un año, de cabello rubio, ojos chispeantes y sonrisa siempre presente en sus labios finos y carnosos. Tenía un cuerpo escultural, que hacia resaltar con unos pantalones apretados que dibujaban los bellos contornos de sus piernas largas y bien formadas. Sus senos siempre altivos, insinuaban una dureza que invitaba a apretarlos. Ella estaba consciente de lo hermoso de su busto, que resaltaba con unas blusas tan apegadas a su cuerpo como los pantalones a sus piernas. Y por encima del escote sus senos pugnaban por liberarse, lo que hacía difícil apartar la vista de ellos. Y lucía sus atributos con una naturalidad que la hacía más apetecible aun. Aun cuando desde el primer momento me sentí atraído por sus encantos, cosa que estaba seguro ella había captado, nunca tuvo un gesto, una mirada o una palabra de denotara molestia o complacencia. Su actitud en todo momento era abierta, alegre, sin dejo de segundas intenciones. Yo había cumplido recién los 18 años y siempre que ella venía a nuestra casa, cosa ...
    ... que sucedía casi todas las tardes, buscaba cualquier pretexto para estar cerca de donde ella se encontrara, con mi madre o alguna de mis hermanas mayores, con las que acostumbraba a conversar en el living de la casa. Mientras ellas charlaban, yo me dedicaba a revisar discos, resolver puzzles o leer, aparentando que estaba sumido en mis cosas, pero pendiente de patricia, de sus gestos, de sus piernas, de su risa, de sus palabras. Todo no habría pasado de una atracción juvenil sin mayores consecuencias posteriores si no hubiese sido por el hecho de que un día Patricia empezó a ir con minifalda, pretextando que el calor era mucho para usar pantalones. Al ver por primera vez sus piernas casi pierdo el aliento: eran llenitas aunque no gordas, delgadas aunque no flacas. Tenían lo justo que deben tener unas para despertar los apetitos de un hombre. Y sus muslos insinuaban una región que invitaba a conocerla, con curvas que presagiaban placeres sin límites y que despertaron mis mayores fantasías. Una tarde la conversación se centró en la minifalda de Patricia y en cómo le sentaba tan bien, por lo que mis miradas ardientes pasaron desapercibidas a mis hermanas, aunque no a mi vecina, que en un momento dado me miró de una manera que me dejó helado, pues clavó sus verdes ojos intensamente, sin sonreír. No sabía si estaba molesta, curiosa o halagada por el deseo que reflejaban mis miradas a sus piernas, lo cierto es que me miró durante unos segundos que se me hicieron eternos y que me ...
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