1. Heil mama (Cap. 6)


    Fecha: 18/02/2019, Categorías: Incesto Anal Autor: DocJoliday, Fuente: CuentoRelatos

    ... y unos minutos después se confirmaron mis sospechas. El sacerdote apareció y era un tipo enorme, de casi dos metros, ancho como un gorila y negro. Muy negro. En efecto, era el negrata del chándal gris, el que nos había hecho acobardarnos a mis amigos y a mí cinco días antes, cuando estábamos a punto de obligar a una cubana a comernos la polla. Obviamente, en la iglesia no iba en chándal. Llevaba una casulla verde con bordados amarillos, una prenda solemne que le hacía parecer aún más imponente. Ofició la misa y dio un largo sermón que los presentes escuchaban atentamente, como hipnotizados por la profunda y potente voz de bajo que reverberaba por el templo. No tenía acento alguno y hablaba con claridad, de forma pausada pero con cierta intensidad. No cabía duda de que era un cura, a pesar de su aspecto. Me dio la impresión de que me miraba a la cara un par de veces y me puse tenso. Después me di cuenta de que miraba a todo el mundo y me calmé. Si me había reconocido disimuló. Aún me jodía lo que nos había hecho, pero un cura era un cura. Deseché la idea de vengarme y sabía que mis colegas estarían de acuerdo. De todas formas, no me levanté a recibir la comunión para que no me viese de cerca. Mi madre si lo hizo, y fue un tanto perturbador verla abrir la boca para recibir la hostia consagrada de esa negra y enorme mano. Una vez terminada la misa, miré hacia la puerta de salida, pero mi madre no se movió del asiento. —¿No nos vamos? —pregunté. —Voy a esperar para confesarme. Y ...
    ... tú deberías hacerlo también. Hace años que no te confiesas —dijo ella. —¿Y de qué tienes que confesarte? Si eres una santa, mamá —afirmé, medio en broma, aunque lo pensaba de verdad. —Algún pecado siempre hay, cariño. Alguno siempre hay. Me senté a su lado dándole vueltas a su sugerencia. Quizá confesarme sería un buen desahogo. Decir en voz alta lo que me atormentaba, mis aberrantes deseos, podría contribuir a mi curación. Que el confesor fuese el negro Josué no me entusiasmaba, pero al fin y al cabo eso era lo de menos. Le contase lo que le contase, estaba obligado a guardar el secreto como cualquier otro sacerdote. Después de que unas cuantas ancianas y una cuarentona con pinta de monja recibieran su penitencia, mi madre me tocó el codo. —Pasa tu primero, cielo. Yo espero. Y así lo hice, decidido a descargar un poco mi atribulada conciencia. La cabina del confesionario tenía un estrecho banco para sentarse y una especie de almohadilla en el suelo para quien quisiera arrodillarse. Yo me senté en el banco y corrí la cortina, no fuera a ser que alguien me leyese los labios desde lejos y desvelase mis oscuros secretos. Hablando de cosas oscuras, el padre Josué estaba al otro lado de una ventanita con una rejilla de madera. Podía ver poco más que su enorme silueta, encorvada debido a su estatura, y confiaba en que él tampoco me veía a mí con claridad. Me llevó unos segundos recordar lo que había que decir para dar comienzo a la confesión. —Ave maría purísima —recité, en voz muy ...
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