1. Entre la playa y la luna


    Fecha: 17/07/2019, Categorías: Gays Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos

    ... del short y se quedó con el bañador azul de licra que le ajustaba a la perfección sus genitales. Yo miraba de soslayo el bulto enorme que se dibujaba en la prenda y admiraba su espléndida figura. En un extremo estaban los víveres y en el otro nosotros, tratando de decir cualquier cosa para disimular el cosquilleo de miles de mariposas que revoloteaban en el estómago. La charla trascendió pronto a lo sexual. Inquirí sobre sus relaciones con la novia y de ahí pasamos los gustos de cada quién. El ambiente era tenso, como que ambos sabíamos a donde nos iba a conducir aquel momento pero ninguno se atrevía a tomar la iniciativa. En la penumbra yo miraba como hipnotizado el cuerpo de Ulises pensando que hacía honor al nombre del héroe que venció a los troyanos. Hasta su perfil tenía un parecido con las estampas que se pintaban en los textos de historia que relataban la leyenda. El cuerpo firmemente cincelado, la cabeza erguida con cierta altivez. Tengo ganas de pajearme, dijo Ulises. El gong de un templo budista hubiera sonado menos fuerte que mi corazón, y me apresuré a decir: Yo también. De las palabras pasamos a la acción. Por encima de la ropa que traíamos afloraron nuestros instrumentos. El de Ulises estaba ya en plena erección. Su tamaño era descomunal, unos tres centímetros más grande que el mío, y también más grueso. Nos colocamos de frente, y mis ojos se prendieron de aquel pivote enorme en medio del cuerpo sólido de Ulises, musculoso, dorado por el sol. ¡Qué grande lo ...
    ... tienes…! Dije con voz atropellada. ¿Quieres medirlo con el tuyo? Preguntó. Tomé los dos instrumentos y mientras los manipulaba pude apreciar la textura y el grosor de su miembro. Estaba completamente hinchado, surcado por venas gruesas. El glande era notoriamente más grande y agudo. Al manipularlos escuché como el pecho de Ulises exhalaba fuerte y rápido en una clara manifestación de placer. Estoy muy caliente… dijo, y empezó a acariciarse el cuello y el pecho, luego el abdomen, y finalmente bajó a su miembro que yo todavía retenía entre los dedos. Me tomó de las manos y las apretó sobre ambos genitales. El suyo pareció aumentar su grosor. Sin decir nada me incliné y besé aquel enorme glande. Una gota de líquido preseminal se prendió a mi boca, y lo unté a lo largo del cilindro con mis propios labios. Ulises resopló, como si un volcán hubiera hecho erupción. Su pecho subía y bajaba con rapidez, presa de la emoción que a duras penas contenía. Sus labios entreabiertos dejaban escapar un aliento que sonaba como un murmullo cálido, profundamente placentero. Espera… dijo, y empezó a despojarse de la ropa. Lo imité y en pocos segundos los dos estábamos completamente desnudos, cobijados por aquella tienda de techos y paredes traslúcidas que dejaban pasar suaves rayos de luna. Dicen que Alejandro Magno pasaba también largo rato con sus amigos, desnudos, prodigándose caricias, antes y después de las cruentas batallas contra sus enemigos, amando con una mezcla de fiereza y ternura, como si ...
«1234...8»