1. Mi padre me cuida la verija


    Fecha: 25/02/2018, Categorías: Sexo Duro Autor: Arandirelatos, Fuente: xHamster

    ... atraer a un macho dispuesto. Y no estaba equivocada. Esos bien formados muslos se le antojarían a cualquiera, pero esas voluptuosas nalgas, pese a estar cubiertas por aquel vestido carmesí, llamaban de inmediato la atención. Eran dos frondosos gajos de carne que invitaban a sopesarlos; a amasarlos; a morderlos y atascarse con ellos.«¡Ah jijo! Qué buenas ancas tiene esa potranca», pensó para sí Don Justo, hombre de 55 años y dueño de Rancho Alegre, quien caminaba entre los manzanos. Había salido, como todas las mañanas, a recorrer sus tierras para supervisar a sus trabajadores.El hombre miró de abajo a arriba las bien formadas piernas de la atractiva chica que, parada sobre una escalera de madera, terminaba de recoger el último fruto y ya se disponía a bajar cuando se le aproximó Don Justo y la tomó de la cintura “con el fin de ayudarla”.—A ver m´ija. Con cuidado, no se vaya a caer —le dijo el hombre.—¡Ay! —gritó la sorprendida jovencilla—. Ah, es usted patrón —terminó diciendo al voltear y ver que se trataba de Don Justo.Nunca habían sido presentados y aunque Cristina lo conocía de vista, aquél no tenía ni idea que semejante beldad trabajara para él.Las miradas con que Don Justo repasaba a Cristina no dejaron de ser manifiestas de lo que la obvia belleza de la “señorita” ejercía en él. No obstante, todo hubiera terminado en un coqueteo, pues Don Justo no tenía maña de meterse con sus empleadas. Si bien era de ojo alegre, era un hombre felizmente casado y en realidad nunca le ...
    ... había sido infiel a su señora esposa en los veinte años de casados que llevaban. Pero, fiel a su carácter, y aunque el maduro hombre no era el objetivo originalmente pensado por la joven chamaca, a ésta le apareció el malicioso brillo en la mirada que convertía a Cristina Rodríguez en La China.Fue así que, dirigiéndose al hombre quien por su edad podría ser su padre, le dijo:—Oiga patrón, ¿me haría usted un favor? —le preguntó con coquetería la disoluta.—Pues dime, ¿de qué se trata?La sonrisa de La China lo dijo todo.Detrás de unos arbustos, La China, se meneaba oscilatoria y trepidante, montada en el falo de Don Justo, quien, pese a la edad, le daba aguante a tan fogosa chamaca. Los dos, completamente desnudos, le daban justo gusto al cuerpo. Se veía que ambos ya lo necesitaban.Mientras el hombre veía a los ojos a la jovencilla que en ese instante lo montaba, tomó consciencia que nunca había visto a una mujer tan fogosa, tan encendida como ella. Era más que una hembra en celo. Estaba llena de vida, de juventud y a él lo contagiaba. Era evidente que esa era su naturaleza y aquello lo cautivó.Despatarrada frente a él, la chica le ofreció la fuente de miel que poseía entre las piernas y Don Justo no la despreció. Húmeda por los jugos propios de la lubricación producida entre ambos, la raja de la muchacha lo recibió anhelante.El hombre, casado desde hace veinte años y padre de un único hijo de casi la edad de la hembra que tenía enfrente, hundió su cabeza entre aquellos carnosos ...
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