Buenas noches, princesa
Fecha: 06/12/2018,
Categorías:
Confesiones
Hetero
Autor: Joey Gabel, Fuente: CuentoRelatos
... se hubo dado por satisfecha, fue ascendiendo mientras rozaba mi pecho con sus senos. Me devoraba con aquellos ojos castaños instantes antes de susurrar “fóllame”. Lo hizo con una voz realmente dulce. Introduje mi miembro en ella sin pensarlo dos veces. Tras algunas embestidas, Dolores me sujetó por las muñecas y empezó a cabalgar mi polla. Sí, la chica sabía cómo hacerlo, iba a lograr que me corriese si mantenía ese ritmo. De nuevo buscaba ponerme a prueba, que dejase de tratarla como si fuera a quebrarse. Así que le di exactamente lo que me pedía. No pudo contener una risilla nerviosa cuando la empujé hacia un lado, intercambiando nuestras posiciones. Seguidamente, apoyé sus piernas en mis hombros y la penetre con fuerza. Dolores puso los ojos en blanco y se agarró a un extremo de la cama. Sus gritos casi resultaban inquietantes, temblaba y me salpicaba con sus flujos. Pensar que aquello podía haber ocurrido en la facultad hizo que aumentase mi excitación. Las acometidas se tornaron más violentas. “Hijo de puta, te mataré si paras ahora” me amenazó. Fue una suerte que llegase al orgasmo antes que yo, no sabía por cuanto tiempo podría contentarla. Regresamos de ese modo a un estado de calma en el que Dolores pasó a acariciármela hasta que el semen salpicó mi torso. El control que ejercía sobre mí me resultaba verdaderamente estimulante. No obstante, pronto este tipo de encuentros se volvieron banales. ¿Por qué? Había un pequeño detalle que estábamos obviando. —Somos profesor ...
... y alumna. Reconoce que mentirías si dijeras que no te da tanto morbo como a mí —apuntó Dolores después de irrumpir en mi despacho al finalizar el horario de tutorías. No le faltaba razón, cualquier otra forma de ver nuestra relación era engañarnos. La sola idea de que alguien pudiera entrar y hallarla sentada sobre el escritorio hacía que la desease todavía más. Mi boca jugueteaba explorando los rincones de su cuerpo. Dolores se inclinó hacia delante sonriendo mientras varios mechones le caían sobre la cara. Estaba realmente preciosa. Sus ojos, el sabor de sus labios, su espalda contra la mesa, arqueándose al sumergirme entre sus piernas, suplicas, gemidos cada vez más intensos, hasta que el placer, tornándose en grito, vaticina el final. Y llegó la despedida, aquel fatídico momento. Dolores recostada en la estantería, yo a un instante de besarla, esa chica girando el pomo desde el otro lado. Fuimos sorprendidos y nada ocurrió como imaginaba. Le dirigí un gesto afable a nuestra inoportuna visitante casi instintivamente. Trataba de aparentar normalidad, pero lo cierto es que me sentía paralizado. Dolores, sin embargo, no vaciló. Para cuando pude responder ya era imposible detenerlo. La muchacha yacía inmóvil en el suelo después de que su cráneo impactase repetidas veces contra la pared. Ante aquel espectáculo, Dolores salió corriendo. Creí oírla decir que buscaría ayuda. Me encontraba alarmantemente calmado, utilizando mi camisa para detener la hemorragia, cuando llegaron los ...