El amante de Mohamed Alí
Fecha: 18/01/2019,
Categorías:
BDSM
Autor: GabrielledelD, Fuente: CuentoRelatos
Esta es una historia que puede sonar poco sustanciosa, por decirlo de algún modo, aunque significó mi descubrimiento, o mejor dicho, ratificación de la existencia en mí de una vena masoquista. Lo de mi tía Balma o mi hermana Felisa fue algo inesperado. Esto lo busqué. Yo había vuelto de los EE.UU. a finales de mayo. Estaba a punto de cumplir 25 años. Mi estancia en Berkeley, en blanco. A pesar de estar en uno de los ambientes más liberales de los USA me reafirmo en lo que todo el mundo sabe: ningún país del mundo es tan pacato e hipócrita con respecto al sexo. Una vez en casa mi intención era terminar mi tesis en los dos años lectivos obligatorios, como máximo, pero tuve la oportunidad de apuntarme casi inmediatamente a una oferta pública de empleo de técnicos de administración especial de la Generalitat Valenciana. Las pruebas se celebrarían en Diciembre. Ya sabéis que quería ser funcionaria. Así que decidí posponer la tesis a ver qué pasaba. Al fin y al cabo mi beca cubría 4 años y no había gastado ni uno. Tenía tiempo de sobra para todo. Me matriculé en una academia, puesto que apenas tenía tiempo material para prepararme y allí me facilitaban los temas, los tests, y tenían experiencia en el asunto. Yo todavía vivía alquilada en un pisito con una sola habitación, un tanto desvencijado, en la calle Barbastro en Valencia capital. Asistía a clases de 4 a 9 de la tarde. Me recogía mi novio y cenábamos juntos. A las doce en punto se marchaba a su casa y yo... a estudiar hasta ...
... las 8; a dormir unas horas hasta las 2 del mediodía del día siguiente; suma y sigue. Esta era la marcheta diaria, monotonía solo alterada por los fines de semana, en los que me esperaba mi chico para estar juntos hasta el domingo a mediodía, y vuelta a empezar. En la academia asistíamos 19 personas. Una de ellas era un chaval un tanto apocado y pusilánime cuyo aspecto recordaba a Felipe, el amigo de Mafalda, pero en moreno. El tío unía a una gran capacidad de síntesis, una inusual velocidad de escritura con una letra preciosa. Sus apuntes eran prodigiosos. Era escrupuloso hasta lo inimaginable; hasta mezclaba tinta de dos colores para obtener un tono sepia en su MontBlanc Meierstuck. No tardé en trabar con él una cierta amistad. Yo era la única en compartir sus apuntes, todo un privilegio. A partir de la segunda semana empezamos a estudiar juntos. Él no quería hacerlo en su magnífica vivienda, una planta baja con jardín frente a Viveros, por huir de las exageradas atenciones de su madre. Cada día, a las doce de la noche, con puntualidad germánica ante el desespero de J, mi novio, llamaba a la puerta de la calle. Ambos tíos se cruzaban en la escalera diciéndose apenas hola: uno por despecho; el otro por timidez. Opositar es algo muy duro. Mis lectoras/es que hayan pasado por eso me entenderán. Hacerlo con muy poco tiempo; peor. En verano, con el calor bochornoso y húmedo de Valencia; mucho peor. Si eres Géminis; el colmo. Así que mi cabeza era un polvorín. Al pobre Felipe (ese ...