1. Cambiador número dos


    Fecha: 02/02/2019, Categorías: Masturbación Confesiones Autor: infrarrojo, Fuente: CuentoRelatos

    Ya no volví al cibercafé en el cual procuré dar rienda a mi locura sexual. En efecto, como conté en el anterior relato, fracasé de modo lamentable en mi primera masturbación en público. ¿Por qué no volví a cibercafé? Porque me daba vergüenza que la señora pudiese reconocerme. Por curioso que parezca, pasaron como cinco meses (o tal vez cuatro) hasta que surgió una buena chance para hacer lo que quería... o algo más o menos parecido. Todo lo que tenga relación con el sexo lo acepto gustoso. Yo seguía soltero, así que mi creciente apetito sexual no se saciaba consiguiendo mujeres de la manera ordinaria en que las conseguía (generalmente en clubes nocturnos). No me bastaba coger, quiero decir. En realidad, buscaba alguna experiencia que fuese divertida, emocionante o más bien morbosa. Y lamentablemente lo que conseguía con las mujeres que conquistaba o conocía apenas si podía catalogarse de "común". En esta época entró en juego algo que no pensé que marcaría un antes y un después en mi vida sexual: el teléfono celular... Y no digo el celular con sus aplicaciones y redes sociales y demás, sino me refiero a la cámara de fotos. Trabajaba yo en un comercio de ropa y me la pasaba todo el día sentado detrás de un mostrador, frente a una caja registradora, cobrando a las mujeres y hombres que venían a comprar. ¿Mis compañeras de trabajo? Mmm... Nada especiales. Trabajaba con dos mujeres ―sin contar a la dueña del negocio― y ninguna de las dos me provocaba gran cosa. Marisa tenía buen ...
    ... culo y unas tetas pequeñas pero paradas. Se hacía la refinada y estaba muy enamorada de su novio, un idiota que siempre la venía a buscar en un vehículo que hacía un ruido infernal. Así que Marisa estaba fuera de mi alcance. Nancy, en cambio, me caía muy bien... Era una mina buena, pero muy tímida. Se me ocurría a mí que debía de ser muy puta en la cama, como ocurre usualmente con las chicas que son reservadas. Era tan tímida que a veces no podía soportar cuando alguien hacía chistes que derivaban en cuestiones sexuales. ―¿Con tu novio lo hacen dentro del auto? ―preguntaba Marisa, por ejemplo, de manera muy guarra. Y Nancy se ponía terriblemente colorada. ―¡Basta! No voy a hablar de eso ―decía, y se marchaba o trataba de cambiar el ángulo de la conversación. Marisa se reía un poco antes de ofrecerle un abrazo. Le decía, pues, que era un chiste y que no quería que se enojara. Me gustaba notar que Nancy exageraba su timidez. Me producía cierto morbo, al margen de que como mujer no me atrajera demasiado. Sobre el verano la dueña del negocio contrató a otra chica, llamada Jimena. Era habitual que esto pasara, sobre todo en épocas de mucho trabajo. Habrá quien piense ―siendo hombre― que trabajar rodeado de mujeres tiene múltiples beneficios... Pero en la práctica eso no es cierto... Estar rodeado de mujeres, por lo menos en mi caso, no resulta muy beneficioso. Es más, a veces quiero conversar de algo que me pasa o de fútbol y no hay quien entienda un corno de lo que digo. Y cuando ...
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