Cambiador número dos
Fecha: 02/02/2019,
Categorías:
Masturbación
Confesiones
Autor: infrarrojo, Fuente: CuentoRelatos
... Me dije que había atacado muy rápido, de manera descuidada, y por eso la había ofendido. Pero Jimena volvió a su postura original y me miró fijamente. Le corrí la mirada, de modo cobarde; supuse que iba a pedirme que no hablásemos más de tales asuntos. ―¿Alguna vez hiciste eso? ―me preguntó en voz baja. En su voz había cierto dejo de asombro. Esa pregunta podía generar consecuencias... “¿Qué mierda digo?”, pensé con la velocidad de un rayo. Si confieso que lo hice, o que intenté hacerlo, va a pensar que soy un pervertido. ―Es una pregunta complicada... ―repliqué con una sonrisa vergonzosa. ―¡Dale! Ahora contéstame... ―dijo entusiasmada―. ¡¿Lo hiciste?! Oír esto hizo que el alma volviese a mi cuerpo. Me tranquilé. ―Todo el tiempo... ―revelé sin más―. Lo hago todo el tiempo. Y al segundo pensé: “Qué respuesta de mierda...”. Pero Jimena parecía no desanimarse. ―¿Cómo que todo el tiempo...? Decime la verdad... ―Es la pura verdad ―dije mintiendo. Y de pronto en una ocurrencia miré el cambiador número dos, que justo tenía la cortina abierta. ―¡Me estás jodiendo! ―exclamó Jimena y se largó a reír, mirando también hacia el cambiador. Y cuando iba a preguntar algo más, justo se acercó al mostrador Nancy y enseguida también Marisa. ¡Al carajo nuestra charla! Me dio un poco de bronca, sinceramente, pero tuve que sonreír y hacerme el desentendido. Jimena hizo lo mismo y se puso a ordenar ropa que estaba suelta sobre el mostrador que teníamos enfrente. Me dio la espalda, mientras doblaba ...
... la ropa y la iba guardando, y ya no volvimos a hablar en todo el día. Experimenté morbo, desde luego, pero también me había puesto nervioso. No era habilidoso mintiendo, y mucho menos si debía hacerlo de manera improvisada. Tenía que pensar una estrategia sostenible. Tres días pasaron y siquiera tuve chances de hablar a solas con Jimena. Cuando no estaba presente Marisa, estaba Nancy o la dueña del negocio. Y cuando no estaba ninguna entrometiéndose, pues el negocio estaba lleno de gente. Pero un mediodía por fin pudimos quedarnos solos. Marisa y Nancy habían salido al kiosco a comprar gaseosas y la dueña no estaba. La ciudad estaba desierta. Un calor de morir hacía. Tenía pocos minutos para conversar, así que apuré las cosas. ―El otro día me hiciste ruborizar ―le dije―. Nunca le conté a nadie de... eso que hago. Jimena abrió los ojos y sonrió. ―¡Entonces no mentías...! ―exclamó―. Me jodés... ¿Lo hiciste ahí adentro? Hice un gesto de afirmación, sutil pero franco. No abrí la boca. ―¿Y cuál es el punto? ―preguntó mecánicamente―. Encerrarse ahí no es lo mismo que hacerlo en público... Esta simple observación me descolocó. Tenía razón. Qué mentira de mierda había ideado... Tenía que inventar otra ya..., en un segundo. No podía estropear la chance. ―Habrás notado ―dije con sagacidad― que el espejo del cambiador número dos está muy cerca de la cortina de cierre... ¿Notaste eso? ―pregunté haciéndome el lúcido. Jimena frunció el entrecejo. ―¿Y eso qué tiene de especial? ―Pues... si ...