1. LA HISTÓRIA DE MONTSE FERNANDEZ


    Fecha: 07/03/2019, Categorías: Sexo en Grupo Sexo Duro Voyerismo Autor: reininblack, Fuente: xHamster

    ... la mente de su acompañante, quienjadeante y semiahogado por la emoción, indagó:—¡Habla! ¿Quién era...? ¿Quién?—No tuve la culpa. No podía saber que era usted el que habían traído para mí... y nosabiéndolo.., puse a Julia en mi lugar.El señor Delmont se fue para atrás, tambaleándose. Una sensación todavía confusa deque algo horrible había sucedido se apoderó de su ser; un vértigo nubló su vista, y luego,gradualmente, fue despertando a la realidad. Sin embargo, antes de que pudiera articularuna sola palabra, Montse Fernández —bien adiestrada sobre la forma en que tenía que actuar— seapresuró a impedirle que tuviera tiempo de pensar.—¡Chist! Ella no sabe nada. Ha sido un error, un espantoso error, y nada más. Si estádecepcionado es por culpa mía, no suya. Jamás me pasó por el pensamiento que pudieraser usted. Creo —añadió haciendo un lindo puchero, sin dejar por ello de lanzar unasignificativa mirada de reojo al todavía protuberante miembro— que fue muy poco amablede ellos no haberme dicho que se trataba de usted.El señor Delmont tenía frente a él a la hermosa muchacha. Lo cierto era que,independientemente del placer que hubiere encontrado en el i****to involuntario, se habíavisto frustrado en su intención original, perdiendo algo por lo que había pagado muy buenprecio.~¡Oh, si ellos descubrieran lo que he hecho! —murmuró Montse Fernández, modificandoligeramente su postura para dejar a la vista una de sus piernas hasta la altura de la rodilla.Los ojos de Delmont centellearon. A ...
    ... despecho suyo volvía a sentirse calmado; suspasiones a****les afloraban de nuevo.—¡Si ellos lo descubrieran! —gimió otra vez Montse Fernández.Al tiempo que lo decía, se medio incorporó para pasar sus lindos brazos en torno alcuello del engañado padre.El señor Delmont la estrechó en un firme abrazo. 84 de 107—¡Oh, Dios mío! ¿Qué es esto? —susurró Montse Fernández, que con una mano había asido elpegajoso dardo de su acompañante, y se entretenía en estrujarlo y moldearlo con su cálidamano.El cuitado hombre, sensible a sus toques y a todos sus encantos, y enardecido denuevo por la lujuria, consideró que lo mejor que le deparaba su sino era gozar su juvenildoncellez.—Si tengo que ceder —dijo Montse Fernández—, tráteme con blandura. ¡Oh, qué manera detocarme ¡Oh, quite de ahí esa mano! ¡Cielos! ¿Qué hace usted?No tuvo tiempo más que para echar un vistazo a su miembro de cabeza enrojecida,rígido y más hinchado que nunca, y unos momentos después estaba ya sobre ella.Montse Fernández no ofreció resistencia, y enardecido por su ansia amorosa, el señor Delmontencontró enseguida el punto exacto.Aprovechándose de su posición ventajosa empujó violentamente con su pene todavíalubricado hacia el interior de las tiernas y juveniles partes íntimas de la muchacha.Montse Fernández gimió.Poco a poco el dardo caliente se fue introduciendo más y más adentro, hasta que sejuntaron sus vientres, y estuvo él metido hasta los testículos.Seguidamente dio comienzo una violenta y deliciosa batalla, en la ...
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