Repetimos?
Fecha: 22/04/2019,
Categorías:
Hetero
Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos
Es muy normal encontrarse gente todos los días en el autobús. Cuando me mudé a mi nuevo barrio, al noroeste de la ciudad, tenía un buen camino desde mi trabajo hasta allí. Cuando no voy leyendo informes del currelo o una novela, me gusta mirar a todos los que viajan conmigo en el metro o el autobús. En el último tramo, el que lleva a mi vecindario, suelo coincidir con las mismas personas, pues todos somos muy exactos en nuestros horarios. Un día descubrí a Olga: era una mujer de treinta y pocos, rubia, con el pelo muy corto (de hecho, comparado con ella yo era un greñas). La primera vez que la ví, la descubrí a través de su hija. La pequeña tiene tres años y se pasa el trayecto del autobús parloteando con su madre o con los viajeros. Aquel día yo estaba sentado enfrente de ellas, leyendo una novela policíaca y la pequeñaja me interrogó. Tenía ese desparpajo que hace que contestes a cualquier pregunta, incluso las indiscretas. Que nadie piense mal, la niña tiene tres años así que la indiscreción no pasa del “¿dónde vives?”. Al bajarme del autobús le dirigí una mirada y un guiño a la pequeña y descubrí a su madre. Pero apenas me fijé. El sábado siguiente bajé a la ciudad a hacer unas compras y las volví a ver al bajar del autobús. Ellas no me vieron. Olga llevaba una chaqueta tres cuartos, minifalda y medias. Y unas piernas... ¡Madre, cómo estaba la madre!. Decidí que me estaba haciendo muuy viejo si no me había dado cuenta de que semejante ejemplar había estado a menos de un ...
... metro de mí. Nadie es perfecto... La siguiente vez que ví a Olga iba ella sola. Estaba sentada en la parte de atrás del autobús y yo, con toda la intención del mundo, me senté delante de ella. – Buenas tardes –me sonrió. – Buenas tardes, ¿cómo está su hija? – En la guardería. – No me he presentado, me llamo Ricardo. – Olga –su mano era suave y firme. Y blanquísima. Casi temía mancharla. En aquél momento no se me ocurrió más conversación, así que saqué un libro y me puse a leerlo. Lo sé, lo sé, soy un inútil, pero ¡qué queréis! No me iba a quedar desnudándola con la mirada directamente o babearía como un quinceañero en primavera. El viejo truco del libro y las miradas de reojo funciona todavía... o quizá no, porque en una de esas me pilló mirándola por el reflejo del cristal y sonrió. Soy un quinceañero en primavera, lo admito. Admito que no me quedó más remedio que pelármela en casa de manera salvaje en cuanto llegué repitiendo “Olga... Olga...” estaba intentando probar lo de los reflejos condicionados de Pavlov, no creáis. Así la próxima vez que oyera la palabra mágica –Olga–, mi verga saltaría de los pantalones. Más o menos, soy un poco imaginativo. Pues bueno. Una semana después paseaba yo por mi nuevo barrio (tiene más verde que una ensalada) y me las encontré. De casualidad, lo juro. Iban las dos cogiditas de la mano. Me extrañó que el padre de la cría no estuviera con ellas, entonces pensé que Olga estaba divorciada y sola en el mundo... y se despertó en mí el instinto ...