1. Terminamos la amistad: Coyote Cojo


    Fecha: 18/08/2019, Categorías: Gays Autor: Anónimo, Fuente: SexoSinTabues

    Llegué al día siguiente a contarle a Beto que había cogido con Jay y ni se inmutó. No le pareció en nada extraño que hubiera sucedido a pesar de que ambos eran heterosexuales. Al contrario, me dijo "y qué te sorprende si desde lejos se ve que se muere por ti. Cuando hablas, nunca deja de mirarte." Mi último mejor amigo es Beto, que ahora vive en otra ciudad con su esposa y su hija. En aquel entonces era soltero, recién egresado de la universidad y vivía con unos primos, compartiendo la casa. Siempre buga y siempre mi mejor amigo, mi hermano. Había mucha confianza y le contaba todo lo mío, incluido lo relacionado con mi sexualidad abiertamente gay, aunque con algunas aventuras con chicas también. Su casa era como esas casas centrales de las series gringas, desde Friends hasta The Big Bang Theory, en las cuales diario se reúnen los amigos para hablar de la cotidianidad, de las angustias y de los sueños, y en las cuales también de repente se prenden los ánimos y se avivan las fiestas sin pretenderlo. De esa casa yo hasta traía llaves, de lo estrecha que era mi relación con el dueño y hacía unos cuatro meses que yo invitaba o llegaba ahí con un morro que conocí por un excompañero de otra etapa, este morro se llama Jay. Jay era de 1.78 metros altura, blanco, con algunos lunares pequeños y rosados por ahí vagando por su rostro, cabello castaño claro, rizado y largo que casi llevaba agarrado en una coleta bailarina. Tendría como 23 años de edad. También era muy delgado, con ...
    ... cuadritos marcados de lo delgado que era, de ojos color miel y un vello facial que siempre se veía como de 3 días sin afeitar, pero no muy poblado. Tenía un estilo despreocupado para vestirse y presentarse ordinariamente a la gente. Era común verlo con jeans, tenis y camiseta que cubría a la noche con alguna camisa tipo vaquera desfajada. Imagino que siempre usaba de esos bóxer holgados que gustan de usar los machines. Su sonrisa era cautivadora, pero no más que su carcajada espontánea. Incluso tenía un seña particular que más que defectuoso, le hacía verse muy tierno: una parte milimétrica de un incisivo superior se la voló destapando una cerveza con los dientes y le hacía un pequeñito hueco en la sonrisa. Su ceja poblada y su aroma tan peculiar. Olía siempre fresco, pero a la vez como a cemento fresco, a tierra mojada, a campo fértil. Lo conocí porque Esteban, otro amigo, me lo presentó en alguna fiesta, congeniamos y nos seguimos viendo. Salíamos a fumar mota de repente. Él recién había terminado de estudiar arquitectura, pero era un arquitecto singular porque le gustaba leer a Heidegger y, casualmente yo estudiaba filosofía. Gracias a nuestra cercanía, él se acercó también a mi facultad en la universidad y terminó yendo a un seminario sobre Heidegger y su libro Ser y tiempo, de tal modo que al menos nos veíamos en la escuela un par de días en la semana y hasta regresábamos juntos en la noche, al terminar las clases, porque tomábamos el mismo rumbos para llegar a casa. ...
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