La borreguita
Fecha: 19/08/2019,
Categorías:
Confesiones
Autor: ámbar coneja, Fuente: CuentoRelatos
... te hago un rico pete bombón! Era obvio que la sorprendí en plena cogida con alguno. Desde la puerta se oían sus gemidos, el crujido del sillón destartalado del comedor y sus palabras sucias solicitándole la lechita a un hombre sin rostro para mí. Pensé en que se le acercaba el año más importante para las mujeres, y en lo que Natalia me había advertido. No me entraba en la cabeza tanta locura en una guacha que apenas si sabía limpiarse los mocos. Realmente sus tetas eran cada vez más voluptuosas y sus piernas tomaban mayor interés en los ojos del sol tan masculino como ardiente. Me fui de inmediato aquel sábado, y por supuesto no le conté nada a Natalia. Pero todo terminó por estallar un domingo nublado, ventoso y tenso por la última discusión con mi novia. Esta vez fue por una escena de celos que yo le hice con uno de sus amigos que no me caía muy bien. No era nada serio, pero como ella es re polvorita no supimos frenar los impulsos de la peleíta, y no fue tan sencillo encontrar la reconciliación. Para colmo era el cumpleaños de mi suegra, y Natalia tenía un malhumor de perros porque no sabía qué regalarle. Por otro lado no quería ir a su casa. Hacía un mes uno de sus hermanos mayores atrapó a Diego, uno de los chorritos en un desarmadero de autos robados. Se armó una balacera entre los capos de esa mafia y los milicos. Diego terminó en el hospital a causa de un tiro en la panza y otro en un pie, ambos disparados por su hermano. Por lo pronto no compartiría el cumpleaños de ...
... su madre. Eso a Nati la tenía peor. Se me ocurrió proponerle comprar y preparar el asado para todos. Entonces su cara dibujó una sonrisa tan fresca como la mañana, y luego de su beso apasionado me fui a comprar hasta un ramo de rosas para la vieja. Cuando volví a casa cargué todo en la camioneta, esperé a que ella se aliste y, antes de las 12 ya estábamos en la deprimente casa de mi suegra. Sus invitados eran su hermana Carmen, 3 amigas charlatanas y alcohólicas, una vecina con su bebé y sus hijos, Gabriela y Ezequiel. La otra gran ausente era Flavia, la que vivía en Bolivia. Cerca de las 3 de la tarde fui sirviendo chorizo, morcilla, entraña, costillitas y algunos muslitos de pollo a los platos de las señoras. Gabriela todavía dormía porque había estado de joda en lo de una amiguita, la excusó su madre. Ezequiel me ayudó en la parrilla, y aunque no paraba de tomar vino en caja, hablamos de fútbol, de autos y de una pibita muy cheta que a él le gusta. Me pedía consejos para hablarle y todo. Pronto ya estábamos comiendo todos en la mesa. Por supuesto, mi suegra ni se levantó de su silla especial. Estaba más gorda que la última vez que la vi, más arrugada y con mayor incontinencia al pucho. Luego Ezequiel se despatarró en el sillón y puso un partido en la tele. Las señoras reían de chismes de gente que ni conozco, la prima le daba el pecho a su bebé y Natalia lavaba los platos, mientras yo traía la torta helada a la mesa. En ese momento siento que me pasa por detrás una brisa ...