1. Eduardo llegó a mi vida cuando yo tenía siete años.


    Fecha: 11/11/2017, Categorías: Gays Autor: sweet.ciro, Fuente: SexoSinTabues

    ... Yo tenía apenas un pedacito del tamaño de su dedo meñique, sin pelo y circuncidado, lo que lo hacía más insignificante. Él se dio cuenta, porque no podía dejar de verlo. . . además no sabía dónde poner las manos, quería tocarlo, tomarlo con ambas manos. . . pero lo que hice fue tapar mi pequeño miembro y bajar la cabeza. Dije que él se dio cuenta, siempre se daba cuenta de todo lo que pasaba por mi cabeza, como si leyera mis pensamientos. Cuando estés más grande, me dijo, te verás igual que yo, y serás el más guapo del mundo. Así me dijo, y así me hizo sentir. Su imagen bajo la regadera, mojándose y escurriendo agua aun vive en mi mente, como en cámara lenta, pues así lo veía en esos momentos. De pronto la gente salió y nos quedamos unos momentos solos. Tomó un poco de champú y me comenzó a lavar el cabello. La espuma pronto cubrió mi cuerpo y me sentí invadido de un calor extraño, placentero. Luego usó la misma espuma para frotar suavemente mi cuerpo. . . y llegó a mi colita. Sentí la yema de los cuatro dedos de su mano meterse con mucha suavidad entre mis nalgas, pasar de arriba a abajo hasta llegar a mi ano. Ahí se detuvo uno, dos, tres, cuatro segundos, haciendo un movimiento circular, y siguió con mis piernas. Esos segundos fueron indescriptibles, yo no sabía que se podía sentir algo así. . . además nunca dejó de mirarme con sus ojos de venado, con su sonrisa de luz. Quería que se quedara tocándome por siempre, pero algo me decía que eso no se podía hacer en un ...
    ... vestidor, en una regadera, y que no tardaría en entrar más gente a bañarse. Nos pusimos nuestros trajes de baño y nos fuimos al agua. En un último momento, antes de salir de las regaderas, me levantó y me cargó en sus brazos. . . no te vayas a resbalar, me dijo, no sea que te lastimes. Todo me ardía con dulzura, estaba bajo sensaciones inexplicables, me ardía la piel, la punta de las tetillas, me punzaba el ano como cuando quiere uno ir al baño, pero no era eso, no era eso. Ya en la alberca me tranquilicé. Eduardo era un tritón en el agua. Imagínense, un niño de siete años contra un muchacho de diecinueve, tal vez veinte. Él sabía nadar y siempre me alcanzaba, me atrapaba y reíamos los dos. Me hacía volar y al cogerme de vuelta, me abrazaba y yo sentía todo su cuerpo en el mío, tan pequeño y el tan grande, gigante. Nos fuimos a descansar a una esquina de la alberca, lejos del trampolín y de la gente, hasta donde eso era posible. Como sucede después de la agitación, la calma y el silencio nos invadió. Estábamos hasta el cuello de agua, yo por mi estatura y él porque le gustaba estar sumergido en el agua fresca. Uno junto al otro como un papá y su hijo, o un hermano mayor y su hermanito. No se por qué lo hice, no sé qué me pasó. . . simplemente moví mi brazo bajo el agua, oculto a la vista de los demás, y mi mano se posó en su pene. Un segundo, dos. . . y luego ya no lo quise soltar. Eduardo volteó disimuladamente hacia los lados, y me dijo: aquí no, ciruelita. Pero no se movió. . . ...
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