El infierno de Rosita
Fecha: 22/11/2017,
Categorías:
No Consentido
Autor: Gabriel B, Fuente: CuentoRelatos
... instintos carnales con la mucama. Al fin y al cabo, no es que se fueran a casar ni nada por el estilo. Don Eduardo, en cambio, siempre tan absorto en su trabajo, no parecía tener consciencia de lo que pasaba a su alrededor. Era muy gentil con Rosa. La trataba con cariño, como si fuese una especie de tío. Le decía Rosita, y siempre se preocupaba por cómo se sentía. Pasaron varios años, y Mariano seguía igual que siempre, tratando a la mucama como su puta personal, disponiendo de su cuerpo tanto como le venía en gana. En una ocasión se puso de novio, y para alegría de Rosa, sus manoseos, sus ataques mañaneros y sus violaciones nocturnas se fueron espaciando más y más, hasta que pareció que perdió por completo el interés en ella. Habían pasado dos meses desde la última vez que el joven patrón la había agarrado de la cintura, mientras ella pasaba a su lado, la levantó y la sentó sobre la mesa grande del comedor, la misma donde cenaba todas las noches con sus padres, para cogérsela de parado. Ella, equivocadamente creyó que los días de tormento habían pasado. Mariano llevaba a su novia Sofía regularmente a la casa, y se comportaba normalmente con Rosa, con cortesía, pero con la distancia natural que se daba en el trato entre una mucama y el hijo del patrón. Pero por supuesto, Mariano todavía no se había aburrido del todo de su juguete formoseño. Un día, luego de la universidad, fue a la casa con dos compañeros. A ella le parecieron lindos los dos, aunque le daba la sensación de ...
... que los chetos de Buenos Aires se parecían mucho entre sí: todos eran blancos, delgados, y con esa manera casi afeminada de hablar. Cuando Rosa fue a servirles agua, Mariano deslizó la mano a lo largo de sus piernas, acariciándola con las yemas de los dedos mientras ella terminaba de llenar los vasos para los invitados, y luego, con las palmas bien abiertas, la apoyó en las nalgas de la mucama. Los dos amigos miraban, con sonrisas pícaras, la escena que le regalaban. Ella se deshizo de la mano intrusa y se fue. A sus espaldas escuchaba lo que decían los chicos. — Vieron que les dije… — decía Mariano. — Qué culo que tiene. — decía uno de sus amigos. Ella se encerró en la cocina y se largó a llorar. Era la primera vez que la había humillado delante de otras personas. Estaba indignada, le hubiese gustado romperle la cara de un cachetazo. Entonces alguien interrumpió sus pensamientos. — ¿Estás bien? — era uno de los amigos de Mariano, que había entrado en la cocina. Se trataba de un chico con el cabello castaño claro, con rulos. Ella se secó las lágrimas con las manos. — Sí, estoy bien — le dijo. Luego entraron Mariano, seguido del tercer amigo, un chico con el pelo bien corto y la cara blanca con muchos lunares. — Que quieren, estoy ocupada. — les dijo, con frialdad, dándole la espalda y empezando a lavar unos utensilios sucios que estaban en la bacha. Tenía la esperanza de que su actitud triste y enojada los desanimara, pero no lo consiguió. Los tres jóvenes se pusieron detrás de ...