El maestro y la viuda
Fecha: 23/04/2024,
Categorías:
Sexo con Maduras
Autor: AlbertoXL, Fuente: TodoRelatos
... tampoco me saludó, aunque me había visto muy bien. Pero en lugar de volverse y llamarme, se echó a reír. Desconcertado, tuve que detenerme para volverme a mirarla. Al alejarse, la señora cimbreaba las caderas de forma altanera, de modo que tuve de correr tras ella, en pos de su jovial ataque de coquetería. Pero andaba tan aprisa, que fue ya cerca de la casa donde la alcancé.
— ¡Ah! ¿Eres tú? —dijo, simulando sorpresa.
— Ya sabías que era yo.
— ¿Acaso tú no sabías que era yo? —replicó, empeñada en tener la última palabra.
Fui a besarla, estoy seguro. Pero ella apartó sus labios de cereza diciendo que ya no era una chiquilla, y entró corriendo en casa como si lo fuera, riéndose más fuerte que nunca. Parecía divertirse haciéndome rabiar, y este cambio me extrañaba mucho en una mujer sensata como lo había sido ella hasta entonces.
La mesa estaba puesta, y todo continuaba en su sitio; pero ella, en lugar de venir a sentarse a mi lado, se colocó junto al gruñón de su hijo, y cuando éste le preguntó el porqué, ella sacudió su melena gris y contestó con una risotada.
“Es una gatita”, me dije, tamborileando con los dedos sobre la mesa. “Una gatita. Eso es…”. Y me quedé mirándola con una especie de admiración y deleite que logró reconfortarme.
A partir de aquel día empecé a tener la sensación de que todos miraban a Maricruz, y yo más que ninguno. De mí hacía la señora lo que quería con sólo mirarme, al menos ésta era mi opinión, y lo peor era que ello me parecía ...
... muy bien. Era tan afectuosa y arisca, tenía una manera de ser tan atrevida y reservada a la vez, que me cautivó más que nunca.
Pasaron los días, y me moría de ansiedad por saber de Maricruz, por verla en la distancia, por tropezarme con ella cuando rondaba su casa con cualquier excusa. Estaba desesperado, sentía necesidad de Maricruz, y ella no me llamaba, no me mandaba recado con su hijo ni aparecía por el colegio. Así que un buen día me presenté en su casa.
Cuando llegué, la vi sacar a la ventana una jaula con un pájaro que piaba feliz. Al verme entró corriendo mientras Jip ladraba frenéticamente a un perro enorme que pasaba por allí y que, de no ser por la valla, se lo hubiera comido de un solo bocado.
Maricruz salió a recibirme, pero Jip llegó también, gruñendo, convencido de que yo era un salteador. La hermosa señora reprendió al desquiciado animal y lo alzó en brazos, pero en esa ocasión no abrió la puerta del jardín, lo que me causó gran frustración. Esa experta mujer, recelosa de mis intenciones, jugaba conmigo y me mantenía a raya.
Evidentemente, mi visita no había sido improvisada. Al contrario, lo tenía todo planeado. Con el pretexto de ayudarla a superar sus dificultades económicas, le ofrecí que viniera a limpiar y poner orden en mi casa un par de días a la semana.
Había oído rumores sobre una oferta de trabajo en un hotel rural. Una mujer dinámica y trabajadora como ella sería idónea para un trabajo como aquel, pero estaba convencido de que trabajar ...