1. El maestro y la viuda


    Fecha: 23/04/2024, Categorías: Sexo con Maduras Autor: AlbertoXL, Fuente: TodoRelatos

    ... sillón, y mi pié se hincó, apoyando los dedos en su sexo. Percibí calor en la suave tela de sus bragas.
    
    — ¿Qué está haciendo? —me dijo con una voz que no podía disimular su excitación.
    
    No contesté, pues sabía bien lo que significaba aquella duda. Comencé a jugar entre sus piernas. Primero acariciando la tersura de su piel y, después, afanándome en subrayar la hendidura de su coño. Calor ya había, pero con el rozamiento incrementó, y no tardé en conseguir una humedad gozosa.
    
    Ahora la señora se restregaba con mi pié, pero trataba de disimular su placer, reprimir sus gemidos. Llegados a este punto, yo estaba decidido a hacerla gozar de verdad. La veía agitarse en un mar de contradicciones. Sus manos se crisparon en el oscuro tapizado del sillón. Al final, echó la cabeza hacia atrás y comenzó a gemir de placer, lanzando alabanzas a Dios y restregándose rítmicamente contra mi pié.
    
    Yo me limitaba a mantener firme mi pié, para que ella se proporcionase la presión justa en el punto preciso hasta correrse de gusto. La madrastra de mi alumno convulsionó con toda la potencia de un orgasmo eléctrico, convulsivo, estrujando mi pie entre sus muslos y mojando no sólo sus bragas, sino también mi calcetín.
    
    Para entonces yo ya había planeado mi próximo movimiento. Me levantaría y, justo delante de ella, procedería a bajarme lentamente la cremallera, mirándola sin pestañear, comunicándole de forma no verbal que me mamara la polla. La animaría a extraer mi erección de su encierro, ...
    ... a cogerla entre sus dedos y menearla sin miedo, la dejaría hacer con libertad.
    
    No obstante, una vez disminuyó la fuerza con que el placer la paralizaba, Maricruz se levantó y, dando traspiés, se fue con la excusa de ir a ver si la lavadora ya había terminado.
    
    No la perseguí, sino que mantuve una actitud noble y respetuosa en todo momento. Esperé pues a que volviera, una vez rehecha.
    
    — Por favor —dijo al cabo—, no me agobie. Deme tiempo.
    
    Tomé su rostro por respuesta y besé con pasión su boca, que no me rechazó, pero tampoco quiso participar de mi deseo. Me fui de la casa, no sin antes volver la mirada y verla, descolocada y mirándome como una chiquilla a la que le hubieran robado su primer beso.
    
    Cuando salía, vi venir a Moisés, sudoroso y con una magulladura en la rodilla. Le pregunté que le había pasado.
    
    — Nada. Una patada jugando al fútbol —respondió ceñudo.
    
    Algo así como lo que yo le había hecho a su madrastra, pensé.
    
    Unos días más tarde, vi aparecer a distancia una figurita por la calle, y al momento reconocí en ella a Maricruz. Andaba muy erguida, pero seguía siendo pequeña. Cuando estuve cerca y vi sus ojos más verdes que nunca, y su rostro más resplandeciente, y toda su persona más bonita y atractiva. No sé por qué un sentimiento indefinible me obligó a hacer como que no la conocía y pasar a su lado como si fuera distraído, sin verla. Esto mismo me ha sucedido más de una vez en la vida, siempre con mujeres que se saben irresistibles.
    
    Maricruz ...
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