El maestro y la viuda
Fecha: 23/04/2024,
Categorías:
Sexo con Maduras
Autor: AlbertoXL, Fuente: TodoRelatos
... de su dueña, se percató de que algo sucedía y comenzó a ladrar como loco.
— ¡Jip, malo, ven aquí!
No sé con certeza lo que pasó, pero todo sucedió en un momento. Saqué mi pie de la trampa en que había caído y le corté el paso a Jip. Cogí la mano de su dueña. Estaba tan lleno de elocuencia que no necesité buscar las palabras. Le dije a Maricruz cuanto me gustaba. Le dije que me moría por hacerla mía. Le dije que me fascinaba como estaba saliendo adelante, que la idolatraba. Mientras, el maldito chucho ladraba con furia todo el tiempo.
Cuando la señora bajó la cabeza, boquiabierta de tan desconcertada, mi elocuencia no conoció límites. Le dije que no tenía más que darme su autorización, y yo me encargaría de vigilar y corregir la conducta de su hijo, de ayudarle a fijarse un objetivo en la vida, y guiarlo por el camino del trabajo hacia esa meta. Confesé que me gustaba con locura, desde el primer día, y que no había dejado de pensar en ella ni una sola hora desde entonces. Le aseguré que ignoraba si había tenido amantes, pero que ninguno hubiese podido ni querido desearla tantísimo como yo.
Cuantas más locuras decía, más ladraba Jip. Parecía que él y yo estuviésemos intentando demostrar cuál de los dos se mostraba más estúpido e impulsivo. Pero poco a poco, Maricruz y yo quedamos sentados tranquilamente en el mismo sofá, con el chucho peludo sobre las rodillas de su dueña, mirándome finalmente tranquilizado. Mi cabeza estaba al fin libre del peso que me había ...
... aturdido desde hacía días. La viuda y yo estábamos juntos.
Sin embargo, tras mirarme en silencio durante unos segundos, Maricruz se puso en pie como dando por finalizado nuestro encuentro, y comenzó a recoger la mesa, inquieta. Yo le ayudé, pero no perdí la ocasión para rozarme con ella en la estrecha cocina. Mi erección era evidente a aquellas alturas, pero ella no se dio por enterada.
Al terminar de recoger, me quedé apoyado en el dintel de la puerta, cruzado de brazos y mirándola hacer. Ella intentó hacer tiempo, y se puso a limpiar las tazas a fin de postergar su obligatorio paso junto a mí. Al final se precipitó, intentó salir con decisión y nos encontramos cara a cara.
Sonreí pícaramente, pero ella fingió mirar a un lado y se escabulló aprovechando mi distracción. Corrió en dirección a la salita, alegre y triunfal como una chiquilla, lo cual yo aproveché para echar al perrito al jardín para que pudiera correr a su gusto y ladrar como un loco a todo el que pasase al otro lado de la valla.
La viuda se dejó caer en su sillón, y fue como volver a la casilla de salida. Comencé de nuevo a rozarle la rodilla con mi pie, sintiendo la suavidad y el calor del interior de sus muslos. Pero esa vez Maricruz dudaba. Había dejado de reír y guardaba silencio. Su respiración empezó a acelerarse, pero en esta ocasión no se echó hacia atrás ni tampoco cerró las piernas. Esta vez mi pié, en lugar de retroceder, siguió avanzando. Ella estaba tensa, inmóvil, aferrada a los brazos del ...