La isla de los castrados III - Relatos Eróticos

La isla de los castrados III

... del escroto.

Ana miró el paquete de su hermano durante unos segundos y luego acercó la mano con cuidado. Manuel, que no veía nada con su hermana Daniela sobre su estómago, estaba cagado de miedo, pero no se atrevió a abrir la boca. Finalmente sintió las yemas de los dedos de su hermana sobre los huevos. El dolor empeoró en cuanto los dedos empezaron a recorrer toda la superficie de ambos testículos. Manuel se tensó y gimió entre dientes.

DANIELA: ¿Estás apretando? – preguntó al ver que su hermano sufría.

ANA: Te prometo que no.

DANIELA: Fíjate cómo le duele. Si se los aprietas ahora mismo creo que se moriría. – dijo riendo.

Ana dejó de tocarlos con las yemas y agarró los huevos con toda la mano, sintiendo su totalidad.

ANA: No me extraña que duelan tanto, no tienen ninguna protección. Este pellejo es como papel, puedo sentir los huevos perfectamente.

DANIELA: Sí, menos mal que nosotras no tenemos un punto débil así.

Manuel las escuchaba sin dejar de llorar y temblar, con la mirada fija en el televisor. El tacto de los deditos y cada movimiento que su hermana le hacía a sus testículos le hacían estremecerse de dolor, pero el chico no se atrevió a abrir la boca por miedo a que sus hermanas cumplan la amenaza de comprobar si los testículos se pueden romper tan fácilmente. Sus ojos no dejaban de llorar y gemía involuntariamente, pero apretaba con fuerza los dientes para no molestar a sus hermanas, que miraban felizmente el televisor.