Campanilla 3 - Relatos Eróticos

Campanilla 3

... llevo entre el juego y lo ocurrido en el club no me apetece escuchar sus aventuras sexuales.

Al final como ocurre siempre, en cuanto me lo pide por favor le digo que sí. Cuando voy a vestirme para salir descubro que al no tener pensado salir he puesto la colada con la mayoría de la ropa, no tengo nada que ponerme, aunque al ver la ropa del club decido ponérmela. Por suerte Karen vive a un par de manzanas de mi casa, y en poco más de quince minutos andando estoy allí, un poco avergonzada por las miradas y algunos comentarios que me han dirigido algunos de los chicos con los que me he cruzado.

Cuando Karen me abre la puerta no se la ve precisamente abatida, al contrario, está sonriente y feliz, y además está vestida como si esperase a alguien para follar.

“He estado en el club;” me dice tirándose sobre el sofá, separando sus piernas de forma que su corta minifalda se sube por su cintura permitiéndome ver su coño perfectamente afeitado. “Bueno, no al que estuvimos ayer, hoy estaba cerrado, así que he buscado otro.”

“Cuéntamelo todo;” le digo sentándome a su lado, sabiendo que eso es precisamente lo que quiere.

“En cuanto han pedido una voluntaria he levantado la mano y me han subido al escenario. Una vez arriba una esclava ha comenzado a bailar conmigo, hemos empezado a besarnos, y luego ella me ha desnudado lentamente mientras me chupaba las tetas y me masturbaba con sus dedos;” me explica Karen. “Cuando estaba a punto de llegar al orgasmo me ha empujado ...

... sobre una silla, ha atado mis manos y luego ha ido a buscar a un stripper.”

“Pensaba que el stripper iba a follarme, pero ni siquiera me ha tocado;” protesta Karen haciendo un pequeño puchero. “Me ha dicho algo de que…”

“Solo las esclavas pueden ser folladas en el escenario;” le completo la frase recordando lo que escuché ayer.

“Eso es, el stripper se ha follado el culo y el coño de la esclava y luego se ha corrido en su boca;” me comenta. “¿Y sabes lo que ha hecho luego la muy zorra en vez de hacer que me corra?” pregunta.

“Darte un beso y meter el semen en tu boca;” le contesto.

“¿Tu? ¿Ayer?” me pregunta con monosílabos pareciendo una tonta.

“Por eso tuve que cambiarme de ropa;” le digo.

“¿Y no te pusiste cachonda? Porque yo estoy como una moto;” me pregunta.

“Te jodes;” me digo a mí misma. “Yo si me corrí en el escenario, y cuatro veces.”

“Mucho;” le miento obviando lo ocurrido con el stripper en los vestuarios. “Tanto que estuve a punto de pedirte que subieras conmigo a mi apartamento;” le digo viendo una oportunidad.

“Sabes que no me gustan las mujeres;” me señala bajando la mirada. “Pero las caricias de la esclava me han puesto muy cachonda, y sabiendo que tú, tal vez, si quieres, podríamos…” añade volviendo a parecer una tonta.

No le contesto, no quiero darle tiempo a arrepentirse. Me acerco a ella y le beso en los labios, suave al principio y de forma ruda luego forzando sus labios a abrirse para aceptar mi lengua.

Mientras enlazamos ...