Segunda sesión real con la sumisa vaquita
Fecha: 16/12/2024,
Categorías:
Dominación / BDSM,
Autor: DominusBleatus, Fuente: TodoRelatos
... ahora —saco algo que estaba guardando desde hacía tiempo, y lo deposito en el capó: un collar ancho con una cadena; dejo que haga ruido sobre el metal caliente del coche—. Desnúdate.
—Pero… yo…
—Tú, ¿qué?
Me acerco, le tomo de la barbilla y la beso en los labios. Sabe bien, dulce. Gime con el contacto del beso porque no es el hombre el que la besa: es su dominante, la que le ha sacado la vaca de las entrañas con una sola mirada.
El beso termina, sus labios, bonitos, anchos, son sabrosos.
—Sí… mi… Dueño…
Y lo hace.
La ropa cae, despacio, orillándose a sus pies. Ha perdido toda inhibición. Chaqueta, blusa, sujetador. Sus pezones se endurecen en el acto, o, al menos uno de ellos pues tiene un pezón invertido, el derecho. Su cuello, sus clavículas, los pesados pechos, su ombligo y vientre expuestos al sol de la mañana, el coño depilado, una hendidura en el nutrido monte de venus, y sus muslos rotundos. Su trasero generoso… solo le dejo conservar los zapatos porque el camino es irregular. Pero ya le veré los piecitos.
—Ven —le indico.
Se queda ante mí. Respira rápido, está emocionada, excitada, no sabe qué hacer con las manos. Le indico que se coja los codos con las manos tras la espalda. Así, sus pesados pechos sobresalen más, ofrecidos. La miro a los ojos de nuevo, cogiéndole de la barbilla. Le paso suavemente el pulgar por los labios. No puede evitarlo y abre la boca. mi dedo se cuela en su interior y me lo chupa, sin dejar de mirarme. Noto su ...
... lengua contra la yema del dedo, la succión, su boca tirando, clavándose hasta la base del dedo, chupando.
Lo retiro despacio y cuando sale, gime, frustrada. Un hilo de saliva le cuelga, transparente al sol de la mañana, como cuentas de ámbar claro. le cae sobre uno de sus pechos, la boca sigue abierta. Sin dejar de mirarla me chupo yo el dedo, probando su saliva. Después, la recojo con mi mano, y se la restriego suavemente por la cara.
—Estas son tus babas de vaca, no deben desperdiciarse —le digo.
Ella entrecierra los ojos.
Cojo el collar y, dando la vuelta tras ella, le aparto el pelo. Le beso suavemente en el cuello, pero con cierta posesividad, la que me da toda su confianza. Gime de nuevo, un suspiro guardado durante mucho, demasiado tiempo.
Le coloco el collar después. La cadena, fría, queda entre sus pechos, y pende casi hasta sus rodillas.
—Ahora eres una vaquita con collar, poseída, entregada libremente.
—Muuu… sí… muuu… —no puede evitar gemir y mugir.
Doy la vuelta de nuevo y recojo la cadena.
—Luego vendremos a por el equipaje.
Y diciendo esto, tiro de su correa en dirección a la casa.
Estamos en el salón, una amplia pieza de casa señorial, del antiguo pabellón de caza que es esta vivienda, y es enorme. Tiene casi veinte metros de largo, una chimenea grande y unos tresillos dispuestos en varias partes.
Una, la vaca, está delante de mí. Está en lo que se llama “posición nadu”, en jerga goreana: de rodillas, piernas separadas, talones ...