Memorias de una peluquería 3
Fecha: 08/09/2025,
Categorías:
Sexo con Maduras
Autor: El Negro, Fuente: TodoRelatos
Buenas noches, mi nombre es Alejo y para mis amigos y amigas soy El Negro.
Para aquellos que hayan leído alguno de mis relatos anteriores, soy un adicto a las maduritas desde que tengo uso de razón, pero no por ello dejo de lado al resto de las mujeres.
Como ya comenté en relatos anteriores, mi madre era una peluquera de barrio, con una clientela variada (desde adineradas a mujeres de clase media y baja).
Antes de comenzar con esta tercer entrega debo hacer una confesión: en mi adolescencia (desde los 13 a los 16 años) era un pajero con todas las letras. La referencia es clara, en los años ’80 en mi país se vivía una etapa complicada y donde ver una teta al aire libre, una concha liberal o un culo casi al desnudo era poco menos que la gloria. Dicho esto, vamos al relato.
Chela de 20 añitos, era una de las habituales modelos de mi madre cuando concurría a jornadas de perfeccionamiento. Morena de cabellos ensortijados que apenas bajaban de los hombros, ojos color miel ligeramente achinados, labios carnosos que dejaban entrever una sonrisa de dientes perlados, físico menudo pero muy bien proporcionado para el 1,68 de estatura. Una auténtica muñeca, que estaba muy lejos de mi alcance pero que motivaba terribles sesiones manuales encerrado en el baño.
Pero no se hagan ilusiones de imaginarme enredado con ella, revolcándonos en la cama, desplegando intensas sesiones de magreos, desnudos excitantes, penetraciones intensas… Nada más alejado de la realidad.
Aquí ...
... entra en la historia Cora, la madre de Chela. Una señora mayor, de unos 50 y tantos, 1,65 de altura, vestidos muy holgados para no remarcar su figura rellena, siempre de escotes pronunciados que resaltaban su mayor virtud: el par de tetas más grandes que recuerdo haber visto en persona. Si te abrazaba para saludarte (una de sus costumbres), te dejaba dos jorobas. Los inviernos algo más cubiertas, resaltaban de manera notable y en verano, más liberadas, se perlaban con el sudor propio de mujeres en época menopáusicas.
Cora era quien se quedaba en casa cuando mi madre concurría a sus clásicas jornadas de capacitación de los lunes, cuidaba de nosotros (mis dos hermanas y yo) hasta que mi progenitora regresaba.
Uno de esos tantos lunes de diciembre (verano en mi país), llegaron a las 14 horas Chela y Cora, una para quedarse y la otra para acompañar a mi madre. Chela estaba vestida con una minifalda preciosa, una remera entalladita, ligero maquillaje y su cabello ensortijado aún húmedo, después de una ducha (imagino).
Obviamente que el cruce de saludos entre todos, que quise prolongar con Chela, hizo que mi muñequito inquieto empezara a cobrar vida propia. Era difícil de esconder bajo el short deportivo, y requería de urgente atención pero ésta se vería demorada por al menos unos minutos.
Mi madre incluyó a mi hermana mayor en la embajada de modelos y partieron rumbo al curso, quedando mi hermana menor y yo al cuidado de Cora. Tardaron más ellas en irse que yo en huir al ...