1. Los Rincones de Alazne


    Fecha: 19/09/2025, Categorías: Fetichismo Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos

    ... entonces cuando con mis labios diseñé una arquitectura etérea de sus pies en mi mente. Con cada trozo de piel que recorría de su planta no dudaba en ubicar en un espacio imaginado a qué distancia estaban sus talones o cada uno de los dedos. Seguí con el masaje y me di cuenta de que sus uñas tenían pequeños restos irregulares de laca verde botella. Luego me dijo que era cian, pero en ese momento no era nadie para discutir un pequeño matiz de color. No lo dudé y atravesé con mi lengua el espacio entre su dedo gordo y el siguiente. Fue algo que recibió con bastante sorpresa, me di cuenta de que había estrujado con su mano izquierda el borde del sofá. Supe que estaba trazando el camino adecuado, pero mi perversidad se desbordó y me apeteció comprobar su tolerancia a las cosquillas. Cogí el pie derecho por la base del talón, y antes de que abriera los ojos rasqué con mi dedo índice aquellas zonas más predispuestas de su planta. No tardé en notar su respingo.
    
    –¡Eso no me lo hagas! –espetó con una mueca nerviosa.
    
    –¿Será que tienes cosquillas? –contesté emulando una falsa inocencia.
    
    –Las vascas no tenemos de eso –afirmó muy segura.
    
    Esa frase fue su perdición. Me recorrió un impulso como los que deben sentir aquellos que caminan durante días por el desierto cuando creen ver un manantial. Adopté la posición de batalla aprisionando sus dos tobillos bajo el cepo que formaban mis brazos. Pese a lo mucho que ...
    ... adoraba a Alazne, en ese momento sólo quise sentir lo desquiciado de sus risas y a través de ellas notaba una conexión inigualable. Mis dedos hábiles rascaban despacio y en múltiples direcciones los rincones más intrincados de los pies de Alazne. Creía que su orgullo iba a oponer más resistencia a las cosquillas. La única respuesta posible fue la explosión de carcajadas que se disparaban bailarinas en todas las direcciones de la habitación. Cuando pedía algo de piedad bajaba el ritmo de la danza que mis dedos estaban propinando a sus pies. Me suplicó que parase. Me negué si no me daba un beso. Me llevé un bofetón en consecuencia. Aunque no me lo esperaba me agarró las mejillas con las dos manos y sentí un beso húmedo de los suyos. Parece que me estaba acostumbrando al movimiento de sus labios. Me dio tiempo a elaborar una tipología de sus reacciones y vulnerabilidad. Yo era más débil que ella. Esta vez su beso duró más tiempo. Cogí sus muñecas con mis manos y las posé por encima de su cabeza. No se pudo librar de mi lengua, que se deslizaba por su cuello. Cuando se confió acaricié sus costillas como si fueran un ábaco y se volvió loca. Era imposible no apreciar la histeria de su risa. Nos besamos otra vez. Besó mi cuello. Besé sus brazos. Besó mis párpados. Levanté su camiseta y besé su ombligo. Me quitó la camiseta. Le quité los pantalones. Besó mi tripa. Lamí sus pies, seguí por sus piernas. Besé sus ingles. 
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