Seducida por el verdulero (1)
Fecha: 21/09/2025,
Categorías:
Infidelidad
Autor: Alma Carrizo, Fuente: CuentoRelatos
... que ya sabía: seguía allí, clavándome esos ojos oscuros que parecían decir: “Sé que no eres tan imperturbable como finges”.
Ya en la oficina…
—Ángela —entré a mi despacho dejando caer el bolso sobre el sillón con un golpe seco—, ¿quieres explicarme por qué la entrada de mi edificio parece una feria rural?
Mi secretaria alzó la vista de su computadora, con esa sonrisa pícara que solo ella podía permitirse.
—¡Alma! Es solo por hoy, te lo juro. José —hizo una pausa, como si el nombre explicara todo— es un amigo de toda la vida. Vino a vender sus cosechas y necesitaba un lugar donde dejar las cosas un par de horas.
Cerré los ojos un instante, fingiendo exasperación, aunque su tono casi infantil me desarmaba. Ángela era la única persona a quien permitía ciertas libertades; quizás porque sus galletas de limón eran el único consuelo en esas largas noches en que mi marido “trabajaba” hasta tarde.
—Sabes perfectamente que el consorcio no tolerará esto —dije, pero el borde de mis labios se curvó levemente.
—¡Por fa-vor! —arrastró las sílabas, acercándose—. Es buenísimo su zapallo anco. ¡Te llevaré uno!
—Basta —corté, aunque sin dureza—. Dile que guarde todo en el depósito… temporalmente. Luego veré si el señor Rinaldi le permite un espacio en el mercado municipal.
—¡Eres un sol! —exclamó, saliendo disparada antes de que pudiera arrepentirme.
Pasaron unas horas. Estaba revisando unos contratos cuando escuché un par de golpes en la puerta de mi ...
... oficina.
—Adelante —dije, sin apartar la vista de la pantalla.
Se abrió la puerta y allí estaba él: José. Sostenía su gorra entre las manos como si fuera un objeto sagrado, y aunque se lo notaba algo cohibido, sus ojos me recorrieron con un descaro apenas contenido.
—Hola, doñita… —empezó, carraspeando—. Quería ofrecerle una disculpa. Soy José, amigo de Ángela. Perdón por las molestias que le causé esta mañana.
Le sostuve la mirada. Su voz era áspera, masculina, y ese acento arrastrado me recordó de golpe el sabor terroso de ciertas fantasías que creía tener bajo control.
—Hola, un gusto. No hace falta que te disculpes. Entiendo que necesites vender tus cosas; todos necesitamos plata. Pero no son las formas aparecer y ocupar espacios comunes sin permiso.
—Sí… unas disculpas. Y bueno… muchas gracias por esto… —murmuró, inclinando apenas la cabeza.
—No hay de qué. Además, recién hablé con el dueño del mercado. Te conseguí un puesto para que puedas vender allí tus verduras.
José alzó la vista, con una sonrisa que le iluminó todo el rostro.
—¿En serio? ¡Muchas gracias, señora!
Fruncí los labios, conteniendo una carcajada.
—Por favor, no me digas “señora”.
—¿No está casada? —preguntó, ladeando un poco la cabeza.
—Sí, pero “señora” me hace sentir vieja —dije, cruzándome de brazos.
Él soltó una risita grave.
—Mil disculpas. Además… usted es todo lo contrario —dijo, bajando la voz y permitiéndose recorrerme de arriba abajo con una mirada que ...