1. Seducida por el verdulero (1)


    Fecha: 21/09/2025, Categorías: Infidelidad Autor: Alma Carrizo, Fuente: CuentoRelatos

    ... ardía.
    
    —¿Cómo dices? —pregunté, fingiendo molestia, aunque sentí el calor subirme por el cuello.
    
    —No quiero sonar grosero… pero su marido come muy bien —dijo, con un tono casi insolente, pero sin dejar de sonreír.
    
    —Bueno… creo que ya es momento de que te retires —dije, intentando retomar la compostura.
    
    —No quería causarle más molestias, que tenga un lindo día… y muchas gracias. Si necesita algo… aquí tiene un servidor.
    
    —Bueno, gracias… —respondí, soltando una pequeña carcajada que me traicionó.
    
    —Lo que sea, ¿eh? Puedo hacer entrega a domicilio —añadió, guiñándome un ojo.
    
    —¡Ya basta, por favor! Tengo mucho trabajo.
    
    —Okey, guapa… gracias y hasta luego —dijo, antes de salir cerrando la puerta con suavidad.
    
    Mientras el clic del picaporte se apagaba, me quedé quieta, sintiendo un escalofrío que me subía por la espalda. Era el mismo cosquilleo que me recorría cada vez que recordaba a Beto. Y aunque José no era precisamente un hombre de belleza clásica, había algo en su seguridad… en su descaro… que me hacía hervir la sangre.
    
    Pensé en sus manos ásperas, en su voz ronca. Y no pude evitarlo: un latido sordo me pulsó entre las piernas, mientras me pasaba la lengua por los labios, conteniendo un suspiro.
    
    Los días siguientes pasaron sin demasiados sobresaltos. O, al menos, sin sobresaltos visibles. Porque dentro de mí, todo parecía un campo minado.
    
    En mi casa, el silencio se había convertido en un invitado habitual. Mi marido y yo nos cruzábamos en la ...
    ... cocina, en el dormitorio, en el vestidor… como si fuésemos dos compañeros de trabajo que comparten el mismo espacio, pero no la misma vida.
    
    No hablábamos de nada que importara. Ni siquiera discutíamos. Y, a veces, eso dolía más que los gritos.
    
    Él llegaba tarde, con excusas cada vez menos creíbles: reuniones, cenas de negocios, viajes improvisados. Y yo, aunque hacía rato lo sospechaba, todavía no me animaba a preguntarle en la cara si estaba acostándose con otra. Quizá porque, en el fondo, me daba miedo tener que admitir mis propios pecados.
    
    Aunque, claro, mis aventuras habían terminado hacía tiempo. El año pasado Beto me hizo volver a despertar, y no quería volver a mis puterías… pero el calor en el interior era peor que un incendio.
    
    Una tarde, estaba revisando unas carpetas cuando Ángela irrumpió en mi despacho. Ni siquiera golpeó la puerta.
    
    —¡Almaaa! —canturreó, como si el mundo fuera un lugar maravilloso.
    
    —¿Qué pasa ahora? —dije, simulando fastidio.
    
    Venía cargada con dos bolsas enormes.
    
    —¡José te mandó esto! —exclamó, dejando una bolsa sobre mi escritorio.
    
    —¿Otra vez? —pregunté, aunque una parte de mí se sintió estúpidamente halagada.
    
    —Sí, señora Alma —dijo Ángela, marcando la palabra “señora” con intención burlona—. Dice que son duraznos y ciruelas de su huerta. Que te los merecés.
    
    —Ángela… —suspiré, llevándome la mano a la frente—. Sabés que estoy casada.
    
    —Bueno, ¡y qué! Estás casada, no muerta.
    
    —¡Ángela! —la reté, aunque no pude ...
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