Umbral III – El Cuerpo Vacío - Relatos Eróticos

Umbral III – El Cuerpo Vacío

... mochila, el cuaderno con la hoja escrita a mano la noche anterior: “No necesito que me uses para pertenecer…” Había querido llevarla con ella. No como prueba. Como certeza.

Eran las 13:08 cuando todo cambió.

En la entrada del conservatorio, cuando salía tras una clase larga, lo vio.

Bruno.

Apoyado contra un coche oscuro. Gafas de sol. Chaqueta gris. Como si todo estuviera planeado. Como si no lo estuviera.

No sonrió. No hizo gesto.

Solo la miró.

Sofía se detuvo. Una exhalación le templó el vientre. Nadie más notó nada. Unos alumnos charlaban a pocos metros. Una profesora hablaba por teléfono. El mundo seguía.

Pero para ella, se detuvo.

Bruno se acercó. No dijo nada. Solo se detuvo a un palmo de su oído y murmuró:

—¿Lo llevas puesto?

Sofía bajó la mirada.

—Sí, señor.

Él respiró hondo.

—Muy bien.

Silencio.

Ella tragó saliva. No preguntó más. No buscó contacto.

Bruno se separó medio paso. Abrió el maletero del coche. Sacó un sobre negro. Se lo ofreció sin mirarla directamente.

—Para cuando estés sola. No antes.

Sofía lo tomó con ambas manos.

—Y no lo abras —añadió— hasta que te sientas temblar sin que yo esté delante.

Ella asintió.

Y él se fue.

Sin más.

Sin tocarla. Sin ordenarla. Sin controlarla abiertamente.

Pero el poder había sido absoluto.

Porque ahora, cada paso de ella hasta su casa… era parte del juego.

Porque ahora, saber que llevaba el conjunto… y que él lo sabía… la tenía contenida por ...

... dentro, sin ataduras.

Porque ahora, hasta un sobre cerrado era una promesa de obediencia.

Sofía subió las escaleras sin prisa.

El sobre negro pesaba poco, pero su presencia era brutal. No decía nada en el exterior. Ninguna instrucción. Ninguna palabra escrita. Solo su forma. Y el recuerdo exacto de la voz de Bruno:

“Para cuando estés sola. No antes. Y no lo abras… hasta que te sientas temblar sin que yo esté delante.”

A las 14:12 entró en su piso. Cerró con llave. Se quitó los zapatos. Se quitó la camisa blanca. Se sentó en el borde de la cama con el pantalón aún puesto. El conjunto negro le rozaba la piel con la memoria de sus dedos. Las anillas. El tul. La promesa no cumplida.

Dejó el sobre sobre la mesa. A un palmo de distancia.

Y esperó.

No abrió.

No lo necesitaba. Aún no.

Miró el reflejo en el cristal de la ventana. El sujetador sin aros apenas cubría los pezones. El colgante Arcos caía entre los pechos, rozando la tela transparente. El cuerpo era una carta que aún no había sido leída.

Y aún así… temblaba.

No por miedo.

Por la certeza de estar marcada, y no saber cuándo —ni cómo— se activaría la próxima palabra. Porque Bruno podía tocarla sin estar. Podía ordenarla sin hablar. Podía escribir en su piel con silencios.

A las 16:03, su móvil vibró.

Mensaje de Bruno.

Una sola frase:

«No lo abras aún. Quiero que sepas que puedes obedecer incluso cuando ardes por dentro.»

Sofía sonrió. Casi lloró.

Porque entendió:

Él ...