1. ¡La Concha de mi Hermana! [08]


    Fecha: 27/09/2025, Categorías: Incesto Autor: Nokomi, Fuente: TodoRelatos

    ... por error.
    
    Y sin embargo, no puedo evitarlo. Hay algo en mí que no tolera el caos. Lo sucio. Lo desordenado. Como si cada cosa fuera un pequeño universo al borde del colapso, y yo, el único dispuesto a sostenerlo en equilibrio, paño en mano.
    
    "Abel, por Dios, dejá de una vez la lavandina. Nos estamos ahogando. Ya no se puede respirar."
    
    Pero no era por ella. Ni por Katia. Era porque sí. Porque no puedo evitarlo. Porque hay algo en mí que no tolera ni el más mínimo desorden. Como si las cosas fueran a romperse si no están donde deben estar.
    
    —Es que dejás todo desordenado —digo, aunque no es verdad. Hoy no. No hay migas, no hay vasos fuera de lugar. Y lo sé. Lo sé, pero no puedo parar.
    
    —Hoy no toqué nada. Te lo juro. Ni entré a la cocina. Solo abrí las papas, y ni eso, porque ya estaban abiertas. No me podés culpar de que se desordene la bolsa sola.
    
    —Igual...
    
    —Igual nada. Estás inventando excusas para seguir girando por ahí como un Roomba con ansiedad —dice, ahora sí mirándome de frente.
    
    Me mordí la lengua. Me siento observado, pero también expuesto. No por ella. Por mí mismo.
    
    Katia se movió en el sofá. Cruzó las piernas en dirección contraria y la tela subió un poco más. El muslo izquierdo quedó completamente al aire. La camiseta se le enroscó apenas en la ingle. No hay nada debajo. Puedo verla. Suconcha depilada, tersa, con esa línea precisa que la divide en dos. Los labios cerrados, tensos en el centro. Ella lo sabe. Lo está haciendo a propósito. Y ...
    ... aun así, no reacciona. Se lleva otra papa a la boca, como si nada.
    
    —Igual... —dije, solo para tener algo que decir— deberías considerar ponerte... no sé. Algo más.
    
    —¿Por qué? Estoy en casa. ¿O no?
    
    —Sí, pero...
    
    —¿Molesta mi cuerpo?
    
    No hay maldad en su voz. No hay sarcasmo. Solo una pregunta sin filtros.
    
    —No, no es eso —respondo, rápido. Demasiado rápido.
    
    —¿Entonces?
    
    El partido sigue de fondo. El comentarista dice algo de un triple, pero no entiendo nada. El ruido del televisor, el crujir de las papas, mi corazón retumbando con cada movimiento de ella.
    
    —No es lo que decís, Katia. Es... lo que provoca.
    
    Me arrepiento apenas lo digo. Ella deja de masticar. Me mira de verdad.
    
    —¿Y qué provoca?
    
    Me mordí el interior de la mejilla. El trapo en mi mano ya está seco. No sé cuándo dejé de pasarle agua.
    
    —No sé. Nada. Olvidalo.
    
    Ella sonrió, no con burla ni crueldad, sino con una suavidad extraña, como si entendiera algo que yo apenas empiezo a descubrir.
    
    —Te estás acostumbrando, Abel —dice, casi con ternura—. Pero todavía no del todo, ¿no?
    
    No supe qué responder. Así que me voy al cuarto. Necesito... algo. Distancia. Silencio. Un baño de agua fría. Cualquier cosa que no sea quedarme ahí, mirando cómo se le desliza la camiseta cada vez que respira.
    
    Pero mientras camino, la escucho decir, con voz neutra:
    
    —Si querés que me vista, decímelo. No me molesta.
    
    No le respondí, porque mentirle sería más difícil que no decir nada. Y porque, quizás, ...
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