1. La mujer del policía (caps. 1 a 3)


    Fecha: 13/10/2025, Categorías: Infidelidad Autor: Juan m 8722, Fuente: CuentoRelatos

    ... mojarte.
    
    Ella cerró los ojos, soltó un suspiro caliente. No dijo que sí, pero tampoco dijo que no.
    
    Él ya tenía la verga en la mano.
    
    Y el culo de ella, abierto y expuesto frente a sus ojos.
    
    Capítulo 3
    
    —Ponete en cuatro —le ordenó él con la voz ronca, apenas un gruñido animal. No preguntó, no suplicó. Ordenó, con la brutalidad de un depredador que sabe que va a devorar a su presa.
    
    Ana se quedó quieta un segundo, todavía pegada a su cuerpo, con la concha empapada, hinchada de tanto rebotar, de tanto gemir. Tenía los labios entreabiertos, la respiración agitada, el cuerpo sudado y la piel enrojecida por el roce, las marcas y los manoseos de antes. Le latía la entrepierna con una fuerza casi insoportable, como si tuviera fuego vivo entre las piernas, consumiéndola desde adentro.
    
    La orden volvió, esta vez acompañada de una nalgada brutal, que le recorrió toda la espalda como una descarga eléctrica, haciéndola arquear la columna.
    
    —¡En cuatro, dije! Como una perra.
    
    Ana se bajó despacio, casi sin fuerza, temblando. No era miedo, era el vértigo de cruzar la línea. La sensación salvaje de romper todas las reglas, de tirar a la basura las promesas hipócritas, los tabúes y el decoro.
    
    Apoyó las manos temblorosas en el borde de la cama, sintiendo la madera fría y dura bajo sus palmas. Abrió las rodillas, separando las piernas sobre la alfombra rugosa, con la espalda arqueada, el pecho hundido, el culo levantado y bien expuesto a ese hombre que la observaba ...
    ... como si fuera un trofeo, una bestia a punto de ser domada.
    
    Parecía una puta entrenada. Una yegua lista para ser montada sin piedad, sin tregua, sin límites.
    
    Él se paró detrás, la contempló con ojos de fuego, de hambre sin fin. Esa imagen lo volvió loco: el culo redondo, brillante de sudor, aún marcado por las nalgadas que le había dado. La piel roja, casi dolida, pero perfecta. El agujerito anal tenso, cerrado, respirando nervioso, como un músculo que se prepara para la invasión. La concha abierta, goteando, invitándolo a seguir. Y más arriba, en la mesita de luz, la vieja foto enmarcada: Ana y su marido, el policía, abrazados y sonrientes, congelados en un instante de falsa felicidad.
    
    Él extendió la mano y tomó el portarretrato con desprecio.
    
    —¿Este es el cornudo que duerme acá todas las noches? —preguntó con una sonrisa torcida y cruel.
    
    Ana no contestó. Tenía los ojos apretados, la cara hundida contra el colchón. Respiraba agitada, con el pecho subiendo y bajando rápido, esperando lo que sabía que venía.
    
    El tipo apoyó la foto justo en el borde de la cama, frente a ella, para que no la perdiera de vista. Que se clavara esa imagen en la piel.
    
    —Mirálo —dijo, señalando la foto—. ¿Qué cara va a poner cuando vea cómo te rompo el orto? ¿Cómo le vas a explicar esto? ¿Eh?
    
    Ana levantó un poco la cabeza, apenas. Vio la imagen de su esposo con el uniforme impecable, serio, completamente ajeno a todo lo que pasaba en esa misma habitación. Sintió un escalofrío ...
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