1. Consulta Íntima: La Doctora que Me Abrió el Deseo


    Fecha: 24/10/2025, Categorías: Lesbianas Autor: ExpuestaFem, Fuente: TodoRelatos

    ... sensaciones me partía al medio. Mi coño se apretaba contra sus dedos, mi ano se abría a su lengua, y mi mente se disolvía en puro placer.
    
    —Solo quiero que descubras todo lo que puedes sentir… —susurró, y me mordió el glúteo.
    
    Estaba completamente rendida. Mi cuerpo vibraba. Me corría sin tocarme el clítoris. Solo por cómo me la chupaba por detrás.
    
    Y cuando me vino el segundo orgasmo, fue más profundo. Más animal. Me sacudía con espasmos. Mojada. Sudada. Con la boca abierta y el culo ofrecido.
    
    Ella me sostuvo con ternura, besándome la espalda, los costados, las nalgas. Me dejaba marcas suaves de labios mientras yo trataba de respirar.
    
    —Confía en mí… —me dijo—. Esto es solo el comienzo.
    
    Y yo… no quería que terminara nunca.
    
    Estaba boca abajo todavía, con el cuerpo rendido, cuando la sentí subirse a la camilla conmigo.
    
    Su piel se pegó a la mía. Caliente. Húmeda. Su respiración me acariciaba el cuello.
    
    Me abrazó por detrás. Sus senos grandes se aplastaron contra mi espalda. Sentí sus pezones duros en mi piel, y una corriente me atravesó el cuerpo.
    
    —Aún hay algo más que quiero compartir contigo… —me susurró.
    
    Se colocó frente a mí, entre mis piernas, como si el mundo entero se detuviera para ese momento.
    
    Me miró con deseo y dulzura. No había prisa. Solo hambre y conexión.
    
    Y entonces, nuestras vulvas se buscaron.
    
    Nos acomodamos. Las piernas abiertas. Las caderas en posición.
    
    Y cuando el contacto ocurrió… fue eléctrico.
    
    —Mmmhhh… ...
    ... —gemimos las dos al mismo tiempo.
    
    Mi coño mojado contra el suyo.
    
    Labios contra labios.
    
    Clítoris contra clítoris.
    
    Jugos mezclándose.
    
    Empezamos a movernos. Suave. Rítmico. Como si nuestras caderas hablaran un idioma que solo nosotras entendíamos.
    
    Yo jadeaba. Ella gemía. Los senos se apretaban, los pezones se rozaban, las bocas se buscaban.
    
    Nos besamos. Lento. Profundo. Abierto. Con lengua. Con todo.
    
    Nuestros cuerpos se chocaban. El vaivén se hacía más fuerte. Más húmedo.
    
    Yo gemía en su boca. Ella me chupaba el labio. Me agarraba por la cintura y me frotaba el coño con más fuerza.
    
    Los sonidos eran sucios. Descarados.
    
    Eran nuestros muslos mojados, nuestra carne enrojecida, nuestros clítoris pidiendo a gritos.
    
    —No pares… no pares… —le susurré, temblando.
    
    —Te vas a venir conmigo, preciosa…
    
    Y sí. Nos corrimos juntas.
    
    Las dos.
    
    En un orgasmo salvaje, sudado, con gemidos que llenaron la sala entera.
    
    Yo me retorcía encima de ella, la empapaba con mis jugos, la sentía convulsionar igual que yo.
    
    Nos abrazamos fuerte, con el pecho subiendo y bajando como locas.
    
    —Gracias por confiar en mí… —me dijo al oído.
    
    —Nunca me había sentido así… —contesté, con la voz rota.
    
    Y no era mentira.
    
    Mi cuerpo estaba exhausto, empapado, abierto como nunca.
    
    Y aún la deseaba más.
    
    El silencio llenaba el consultorio, pero no era frío. Era cálido, íntimo.
    
    Mi cuerpo aún vibraba por dentro. Tenía las piernas abiertas, los muslos mojados, los pezones ...
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