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La última tarde
Fecha: 26/10/2025, Categorías: Gays Autor: Maesu, Fuente: CuentoRelatos
Una tarde decidiste traerte a un amigo y compartirme con él. Y yo me dejé hacer como siempre… Ahí estaba yo, a cuatro patas sobre la cama, chupándote la polla mientras tu amigo me daba por el culo, con la luz de la tarde de finales de invierno entrando por el espacio que le dejaba la persiana a media asta. Tú jadeabas, y mirabas de vez en cuando hacia la ventana, complacido en tu retorcido sentido del humor de que a escasos veinte metros de nosotros, en el bloque de enfrente, tu mujer veía la tele tranquilamente sin saber, me imagino, que estabas dándote un homenaje con la boca de ese vecino gordo de enfrente que lleva esas pintas tan raras. Tu polla estaba muy dura en ese momento, sentía el perfil abultado de sus venas, notaba su palpitación que se acompasaba con tu respiración pesada y jadeante. Tu glande sabía a una mezcla vaga de sudor, gel de baño, semen reseco y orina, y aun así yo lo lamía con deleite mirándote a los ojos para luego cerrar mis labios pringosos de saliva y de presemen sobre él y deslizarlos por todo el tronco de tu miembro hasta acariciar con ellos tus cojones peludos y desparramados. La polla de tu colega, no muy grande pero sí terriblemente dura, entraba y salía de mi ano haciendo un ruido resbaladizo, sus manos crispadas agarrando sus caderas, sus huevos gordos y duros chocando contra los míos. De vez en cuando la cabeza de su tarugo acertaba, por casualidad supongo, a golpear contra algún punto especialmente sensible de mis entrañas ...
... (¿la próstata quizá?), haciéndome dar pequeños respingos. Hubiese gemido de placer en los momentos en que eso ocurría, pero tú, que eres un cabrón, no me lo permitías: cuando notabas que mi cuerpo se sacudía con una ráfaga de placer empujabas tu rabo dentro de mi boca lo más profundo que podías, ahogando mis suspiros y haciendo que se me escapasen hilillos de baba que caían por tus pelotas y manchaban las sábanas de mi cama. Sonreías, con esa sonrisa tuya condescendiente y afilada que tan poco me gusta. La misma sonrisa con la que nos habías obsequiado minutos antes, a tu amigo y a mí, mientras te comíamos la polla a dúo, con esa torpe ansiedad que hacía que nuestras lenguas se estorbasen y nuestras caras chocasen en un par de momentos. Te habían llamado por teléfono en ese momento y te habías dado el lujo de contestar y hablar como si nada con alguien (¿tu hija?, ¿tu hermano?, ¿un socio?) mientras nos mirabas ahí, arrodillados frente a ti, pasándonos tu rabo de una boca a otra, lamiéndote los huevos, besuqueando tu capullo. Conociéndote, no me sorprendería que hubieras programado la llamada para ese preciso instante solo para hacer ese número. Igual que estoy casi seguro que tu mentado amigo era en realidad un chapero al que habías pagado para que viniera a hacer un trío con nosotros dos. Después de todo, un chaval de unos treinta años como él, al que además no había visto nunca, ni de pasada, por el pueblo, difícilmente se haría amigo de un cincuentón sabelotodo y ...