Capítulo 10: amistad y sumisión - Relatos Eróticos

Capítulo 10: amistad y sumisión

... controlada.

Era una calma frágil, pero real. Un respiro antes de la tormenta.

Claudia y Mariana desayunaron con calma, envueltas en esa especie de burbuja que solo se crea entre amigas después de una noche tranquila —sin sobresaltos, solo con la comodidad de saberse presentes la una para la otra. El sol entraba de lleno por el ventanal del departamento, llenando de luz el pequeño espacio, iluminando el caos controlado de ropa tirada, el vaso vacío de vino de la noche anterior, las zapatillas desacomodadas.

Mariana, con su típica energía matutina, fue la primera en proponer el plan del día:

Mariana, con su típica energía matutina, fue la primera en proponer el plan del día:

—¿Y qué planes tienes hoy, aparte de seguir ahí tirada como si no tuvieras nada que hacer? —dijo, medio en broma, mientras recogía los platos y los llevaba al fregadero.

Claudia se estiró, bostezó, y respondió con una sonrisa perezosa.

—Ninguno. Estoy en tus manos, como siempre.

—Perfecto —dijo Mariana, secándose las manos—. Hoy vamos de compras, pero no de esas aburridas donde te pasas horas buscando algo que no necesitas. Vamos por mierda rica, de esas que engordan pero saben a gloria. Y vino. Mucho vino. Y después, volvemos aquí, encendemos el proyector, nos acostamos en el suelo con cojines por todos lados, y nos ponemos al día con películas, series, lo que sea. Podemos hablar de todo. O de nada. Pero quiero que hoy te olvides de todo lo demás.

Claudia sonrió. Era la primera ...

... vez en días que escuchaba algo que no fuera una amenaza velada, una orden disfrazada de petición, una palabra de Javier que le recordara que seguía siendo su juguete. Hoy no. Hoy era de ellas.

En el fondo, Claudia solo pensaba que todo sería aún mejor si Daniel estuviera con ellas. No lo dijo. No quería arruinar el momento ni hacer sentir mal a Mariana, que había hecho tanto por mantenerla a flote. Pero era inevitable: siempre que todo parecía tranquilo, Claudia se imaginaba cómo sería tenerlo allí, sentado en el suelo con ellas, riendo de algo estúpido, pasándole el control remoto con esa sonrisa suya que la hacía sentir invencible.

Salieron poco después del desayuno. No demoraron demasiado en las compras —solo lo suficiente para comprar lo necesario: snacks salados y dulces, helado de vainilla con trozos de chocolate, gomitas de todos los sabores, y dos botellas de vino de buena etiqueta. Mariana no bebía en plástico, ni siquiera en días informales. “Si vamos a comer como niñas ricas, al menos bebamos como si tuviéramos clase”, había dicho mientras elegía una Malbec con una etiqueta elegante.

Regresaron al departamento pasadas un par de horas. El sol ya no pegaba tan fuerte, y el cielo comenzaba a teñirse de tonos más suaves. Prepararon un espacio en el suelo: cojines, mantas, las luces bajas, el proyector encendido, la primera película a punto de comenzar.

Se acomodaron una al lado de la otra, con el control remoto entre ellas, con el vino servido en copas de ...