Capítulo 10: amistad y sumisión - Relatos Eróticos

Capítulo 10: amistad y sumisión

... del asco a la rabia. La copa que aún sostenía en la mano se apretó con tanta fuerza que parecía que iba a romperse.

—Mierda… —susurró, casi sin voz.

Claudia no la miró. No podía. Se había quedado mirando hacia la pared, hacia ningún lugar en concreto, como si estuviera buscando una respuesta que no existía, seguía inmóvil, con la mirada perdida, como si el mensaje de Javier hubiera apagado algo dentro de ella. El aire en la habitación se había vuelto espeso, pesado, como si hasta el vino y las risas de hace unos minutos hubieran sido engullidas por la oscuridad que traía consigo cada palabra de él.

Mariana, sin soltarle las manos, la observó con intensidad. No necesitaba preguntar si estaba bien, porque sabía que no lo estaba. Nadie lo estaría.

—Tranquila —le dijo, su voz baja, pero firme—. Esto pronto se terminará. Pronto. Pero mientras llega ese momento, tienes que aceptarlo. No significa que te rindas… solo que sabes lo que hay que hacer.

Claudia parpadeó, como si sus palabras la estuvieran trayendo de vuelta, pero no respondió. No podía. No aún.

—Mientras más nos acercamos a la meta —continuó Mariana—, más peligroso se vuelve todo. Cada reto, cada video, cada mensaje… son más fuertes, más humillantes. Porque él sabe que tiene más poder sobre ti. Tiene más material, más pruebas… y eso lo vuelve más cruel.

Claudia cerró los ojos. No necesitaba que se lo recordaran. Ella lo sabía. Lo sentía. Cada vez que creía que no podía bajar más, Javier la arrastraba ...

... un poco más abajo.

Y lo peor era que sabía qué venía. No con detalles, no con palabras, pero sí con una claridad que le revolvía el estómago: él la obligaría a usar el plug algo que ella no habia hecho nunca (salvo tal vez por alguna exploracion de su cuerpo). En público, probablemente. Y no solo eso: la haría sentir placer con ello. La haría sentir sucia, excitada, avergonzada. La haría sentir que no tenía control sobre su propio cuerpo.

Y eso era lo que más le aterraba.

Mariana se levantó del suelo, sin decir una palabra, y caminó hacia uno de los cajones de su cómoda. Uno que siempre había estado cerrado con llave. Claudia lo notó. Siempre lo había notado, pero nunca preguntó. Nunca quiso saber.

Hasta ahora.

Mariana sacó una llave, se agachó, y con un ligero chirrido, abrió el cajón.

Claudia no se movió. Ni siquiera respiró bien. Solo observó cómo Mariana rebuscaba entre el contenido, sin mostrarle nada. No al principio. Solo lo suficiente para que Claudia viera destellos de cuero, de metal, de formas que no podía reconocer del todo, pero que le helaron la sangre.

Mariana sacó un objeto pequeño, brillante. Un plug anal. De color negro, suave al tacto. Pequeño, sí. Pero no inofensivo. No para Claudia.

Se acercó a ella, con el plug en la mano, y se lo mostró.

—Este es el más pequeño que tengo—dijo, con una media sonrisa que no llegó a sus ojos.

Claudia lo miró como si fuera una extensión de la propia tortura de Javier. Un pedazo de plástico que ...