1. De rodillas- capítulo 2


    Fecha: 06/12/2025, Categorías: Infidelidad Autor: inerme, Fuente: TodoRelatos

    ... humedad perfecta.
    
    Pensé: ¿Y si le contesto? ¿Y si vuelvo? ¿Una sola vez más?
    
    Pero sabía que nunca era una sola.
    
    No escribí. Todavía no.
    
    Pero sentí que me habían convocado. Que esa voz me había llamado y yo había vuelto a escuchar.
    
    Pasaron los días y no pude sacarlo de la cabeza. Era un dolor que me quemaba, una necesidad que me arrancaba el aire.
    
    Una noche, sin pensarlo más, escribí. Solo una línea, una confesión que me salió sin filtro, sin permiso:
    
    “No lo soñé. Pero me desperté con las piernas mojadas y el nombre en la garganta. No me toques. O hacelo bien.”
    
    Apreté enviar y me hundí en el silencio, con el corazón latiendo a mil. Dos minutos fueron eternos. Los minutos en los que moría de nervios, repasando cada palabra, sintiendo cómo me preparaba sin saber si yo misma lo quería.
    
    Entonces llegó su respuesta. Un mensaje corto, directo: “Volvé.”
    
    Sentí cómo algo se encendía adentro mío. No era amor. No era odio. Era ese temblor bajo el ombligo, esa tensión en la nuca, ese deseo sucio que no avisa.
    
    Miré a Tomi durmiendo, el pecho subiendo y bajando lento, la mano caída fuera de la sábana. La calma y la ternura que él me ofrecía no alcanzaban para apagar el incendio que ya había encendido César en mi cuerpo. Me odié por saber, sin lugar a dudas, que iba a responder.
    
    Le escribí, con los dedos temblando y la garganta seca: “Decime dónde.”
    
    El lugar era un departamento vacío en Almagro. Un dos ambientes con persianas bajas oscuro y callado como ...
    ... el secreto que estaba a punto de resucitar. Olor a humedad, a madera vieja y a polvo mezclado con el sudor y la saliva de otras veces
    
    Me recibió con una sonrisa torcida, esa que usaba cuando sabía que yo ya había perdido. —Pensé que no venías, zorra —dijo, con voz grave, sin hacer el más mínimo gesto de moverse.
    
    —Pensaste mal —le contesté, tratando de que mi voz sonara firme, aunque el cuerpo me estaba pidiendo que me cayera de rodillas ahí mismo.
    
    La puerta se cerró con un golpe seco. Nada de palabras de bienvenida. Solo su mirada, caliente y voraz, recorriéndome como si ya estuviera desnuda, aunque todavía tuviera puesta la campera.
    
    No hubo besos ni caricias. Nada de ternura. Solo su aliento pesado, rozándome el cuello, y esa voz áspera, que me hizo tragar saliva con ganas y miedo: —¿Sabés cuántas veces me la cogí pensando en vos, puta?
    
    Mis piernas se aflojaron y mi dignidad quedó hecha trizas en el piso, junto a la mochila que había dejado en la entrada.
    
    Me bajó el pantalón con manos duras, sin apuro, sin suavidad. Me tiró al suelo con una fuerza calculada, que dolía más que cualquier golpe. Sin preguntar ni esperar, me ordenó: —Arrodillate.
    
    Y yo me arrodillé. Porque con él no era Kiara. No era mujer. Era un objeto, una sumisa entregada a ese dominio que me consumía y me encendía.
    
    Me agarró del pelo con fuerza, tirando la cabeza para atrás, y me escupió la cara. No era un escupitajo cualquiera, era una marca de propiedad, un acto de violencia que me ...
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