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La joven ama
Fecha: 13/12/2025, Categorías: Hetero Incesto Sexo con Maduras Autor: Ericl, Fuente: SexoSinTabues30
La tarde caía sobre los cerros con una lentitud perezosa, deslizándose entre los árboles como un gato viejo que ya ha cazado lo suficiente por un día. El aire era cálido y quieto, roto solo por el crujido de los pasos sobre el camino de grava, y por el susurro de dos figuras caminando entre los bordes verdes del mundo. Uno de ellos era un niño, enjuto y de ojos grandes, de esos que guardan más preguntas que certezas. El otro, un hombre mayor de piel tostada por el sol y voz gastada por los años: el tipo de voz que suena como los ecos de una tormenta eléctrica dentro de una caverna. —Me dijeron que el general Gabriel es un hombre muy rico —dijo el anciano, su bastón marcando el ritmo del camino—. Al menos no pasarás hambre bajo su techo. El niño, Adolfo, bajó la cabeza, los ojos brillantes por las lágrimas que no sabía contener. — Entonces… señor… ¿ya no veré a mi madre? El hombre, al que muchos llamaban Carlos, detuvo sus pasos. Su voz bajó un tono, como si tratara de no romper algo que ya estaba roto. —Me temo que no en buen tiempo. Pero crecerás… y cuando lo hagas, tal vez te envíen lejos por mandados. Tal vez entonces la vuelvas a encontrar. El niño asintió en silencio, tragando una angustia que era demasiado grande para su pecho pequeño. Pasaron un buen rato caminando hasta que el bosque cedió paso a los campos cultivados y más allá, a una casa grande como un sueño, alta como un mito: la Casa del Horizonte Rojo, de muros claros y tejas rojas, ...
... rodeada de árboles que susurraban como si guardaran secretos. Carlos alzó el rostro y sonrió sin mostrar los dientes. —Por fin… hemos llegado. Frente a la entrada, un hombre alto los esperaba, ataviado con una armadura ligera. Carlos le tendió un pequeño fajo de papeles. —Aquí están los documentos de propiedad del muchacho, señor Deo. El hombre los recibió con una leve inclinación. —Bien. Te llamas Adolfo, ¿cierto? —S-sí, señor… Desde una terraza elevada, una figura femenina los observaba. Su silueta era una mezcla de belleza y autoridad silenciosa, con la distancia serena de quien está acostumbrada a dar órdenes sin alzar la voz. —Parece un poco cansado después de un viaje tan largo… —dijo con dulzura calculada—. Que lo bañen y vístanlo con algo digno. —Sí, señora Isadora —respondió Deo. — Selecciona una bestia sana de los criaderos y entrégala al administrador Carlos como pago. Ah, y que registren sus papeles en la oficina del gobierno. — Como ordene. En ese momento, una puerta se abrió tras la dama, como si el aire mismo la invitara a irrumpir. De allí salió una niña con el cabello trenzado y ojos brillantes como las primeras estrellas. —¡Mamá, mira! —dijo alzando un dibujo—. ¡He dibujado a Nabo persiguiendo un ratón! Isadora rio con ternura. —¡Te ha quedado idéntico, Sofía! Adolfo, curioso, no pudo evitar mirar a la niña con fascinación. Ella hizo lo mismo, sus ojos curiosos atraparon los suyos por un instante. El niño, sintiendo ...