1. La joven ama


    Fecha: 13/12/2025, Categorías: Hetero Incesto Sexo con Maduras Autor: Ericl, Fuente: SexoSinTabues30

    ... donde se construía el nuevo fraccionamiento, los hombres del General —fornidos, sudorosos, curtidos por el sol y el hierro— apagaban los últimos cigarrillos antes de esconderse entre las sombras. Allí, entre las láminas de cartón y los muros de madera, se oían risas ahogadas, jadeos ocultos y promesas pagadas con cuerpos. En la oscuridad de la bodega, una tenue luz temblaba como una vela en el deseo.
    
    —¡Felicidades, señor, por regresar a salvo después de defender a nuestra nación!
    
    Adolfo lo observó con ojos grandes. No vio a un héroe. No vio a un tirano. Solo vio al hombre al que ahora pertenecía su destino.
    
    Y algo dentro de él se estremeció. Como una cuerda tensada, como un tambor en la distancia, como un secreto que empieza a rozar la piel desde dentro.
    
    Deo era un hombre templado por el oficio y los años. Su andar era firme, su voz grave, y aunque no hablaba mucho, cada gesto suyo decía lo necesario. Había trabajado por largo tiempo al servicio del General Gabriel, no solo como ingeniero, sino como pieza útil en los engranajes ocultos de la casa. Sabía lo que se esperaba de él, y rara vez preguntaba por qué.
    
    Una voz más áspera, de un hombre mayor, lo abordó con tono de mando y una ceja alzada como una espada.
    
    —Necesito que vayas a la casa de las calladas. Hazlo con discreción. Que no falten chicas esta noche.
    
    Deo asintió con un leve encogimiento de hombros, su mirada bajó un segundo.
    
    —Sí, señor.
    
    El otro, al que los criados llamaban entre ...
    ... murmullos “el Capitán Yaro”, empezó a repartir órdenes como si fuesen monedas en día de mercado.
    
    —Asegúrense de que haya carne, buena y roja. Ningún hueso desnudo sobre esa mesa. Y que las frutas estén bien dispuestas. Que rebosen las bandejas como jardines desbordados. Esta noche no se cena con la boca vacía ni con el alma tibia.
    
    Y entonces, lo vio.
    
    Un niño delgado, de ojos inquietos y rostro aún rozado por la inocencia.
    
    —Adolfo. Ven aquí.
    
    —Sí, señor —respondió el chico con voz firme, aunque no sin temblor.
    
    Yaro sonrió, pero no fue una sonrisa amable. Fue una sonrisa que sabía demasiado.
    
    —Los oficiales del General van a disfrutar esta noche. Hay vino, mujeres y carne para todos… Pero antes del festín, hay algo que nuestro ilustre señor nunca olvida.
    
    —¿En serio? ¿Qué hace?
    
    —Lo primero que hace al volver a casa… es recordar a su esposa por completo. La hace suya con la pasión de un guerrero que regresa del filo de la muerte. Solo después de eso se une a la mesa. Así es el General Gabriel: cuando ama, lo hace como si aún llevara la armadura puesta.
    
    Yaro se alejó dejando tras de sí una risa que olía a humo y especias. Con sus piel ligeros y la obediencia de quien aún no sabe negarse, Adolfo siguió las órdenes. Caminó entre sirvientes y soldados, cruzando umbrales que hasta entonces le habían sido vedados. Por primera vez, pisó la cocina: aquel reino cerrado a los niños, donde el calor y el cuchillo eran ley. No era una travesura. Era una instrucción. Y sin ...
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