1. La joven ama


    Fecha: 13/12/2025, Categorías: Hetero Incesto Sexo con Maduras Autor: Ericl, Fuente: SexoSinTabues30

    ... embargo, mientras recogía la bandeja asignada, algo dentro de él se preguntaba por qué. Caminaba ahora con ella entre los brazos. El peso era poco, pero la responsabilidad se sentía como plomo. Frutas cortadas con precisión casi ceremonial, jarras de vino oscuro como secretos antiguos, trozos de pan que aún respiraban vapor. Pasó por corredores que no conocía del todo, donde los tapices velaban historias y los espejos reflejaban sólo lo que querían. Su paso era leve, casi de viento, pero su pecho latía como tambor de ceremonia. —Traigo los aperitivos —susurró para sí—. Y también he limpiado el sitio… La puerta frente a él estaba apenas entornada. No oyó voces, solo una cadencia. El ritmo de un tambor lejano. De respiraciones entrecortadas. Como si dos almas bailaran una danza secreta. Empujó la puerta con delicadeza. Y se quedó quieto. El General Gabriel estaba allí, sin su capa, sin su espada, pero con la misma autoridad grabada en la piel. Sostenía a Isadora entre sus brazos como quien sostiene un juramento cumplido. No dijeron nada, no se percataron del niño. Con sus piel ligeros y la obediencia de quien aún no sabe negarse, Adolfo siguió las órdenes. Caminó entre sirvientes y soldados, cruzando umbrales que hasta entonces le habían sido vedados. Por primera vez, pisó la cocina: aquel reino cerrado a los niños, donde el calor y el cuchillo eran ley. No era una travesura. Era una instrucción. Y sin embargo, mientras recogía la bandeja asignada, algo dentro de él se ...
    ... preguntaba por qué. Caminaba ahora con ella entre los brazos. El peso era poco, pero la responsabilidad se sentía como plomo. Frutas cortadas con precisión casi ceremonial, jarras de vino oscuro como secretos antiguos, trozos de pan que aún respiraban vapor. Pasó por corredores que no conocía del todo, donde los tapices velaban historias y los espejos reflejaban sólo lo que querían. Su paso era leve, casi de viento, pero su pecho latía como tambor de ceremonia. —Traigo los aperitivos —susurró para sí—. Y también he limpiado el sitio… La puerta frente a él estaba apenas entornada. No oyó voces, solo una cadencia. El ritmo de un tambor lejano. De respiraciones entrecortadas. Como si dos almas bailaran una danza secreta. Empujó la puerta con delicadeza. Y se quedó quieto. El General Gabriel estaba allí, sin su capa, sin su espada, pero con la misma autoridad grabada en la piel. Sostenía a Isadora entre sus brazos como quien sostiene un juramento cumplido. No dijeron nada, no se percataron del niño. Adolfo bajó la mirada. Se ocultó por vergüenza, o quizás por miedo. —Me muero de ganas de ver tu cuerpo desnudo —dijo el General, con una voz que parecía arrastrar fuego. Se escucharon movimientos. Un roce. Un suspiro contenido. Y eso hizo que Adolfo volviera a mirar, apenas, con los ojos entrecerrados como quien teme despertar de un sueño. —Oh Dios… no puedo… Me da mucha vergüenza… —murmuró Isadora, temblando. —¿Vergüenza? —rio Gabriel con suavidad cruel—. ¿Por qué te da vergüenza ante tu ...
«12...456...9»