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La joven ama
Fecha: 13/12/2025, Categorías: Hetero Incesto Sexo con Maduras Autor: Ericl, Fuente: SexoSinTabues30
... propio esposo? Déjame ver tu cuerpo. Hubo un silencio. Y luego, una rendición: —Sí, mi señor… Isadora se desnudó por completo. Lo hizo con la solemnidad de quien entrega no sólo la piel, sino también el alma. Adolfo estaba atento. La bandeja seguía en sus manos, pero ya no importaba. Observaba sin hacer ruido, presenciado algo más vasto que el deseo. Algo que, aunque no comprendía, lo cambiaría para siempre. ¿Así era como los hombres tocaban el cielo? Adolfo no se movía. Observaba sin perder detalle, sin hacer el más mínimo ruido, como si su respiración misma pudiera romper aquel conjuro de carne y palabras. La bandeja ya no era un encargo: era un ancla que lo mantenía aún allí, en el umbral de algo que no debía ver, pero que tampoco podía evitar. Gabriel hablaba, y su voz tenía la cadencia de quien confiesa, no al otro, sino al recuerdo: —No sabes lo solo que me sentía en la frontera… —dijo, sin apartar los ojos de ella—. Mientras pensaba en mi preciosa mujer todas las noches en cama. A los dos días de estar fuera ya quería volver a casa. Sus manos, grandes y curtidas por el polvo de la guerra, se acercaron a la piel de Isadora con una delicadeza casi ritual. No era solo deseo lo que brillaba en sus ojos: era hambre de certeza, sed de posesión, pero también una fragilidad que pocas veces se permite a un hombre como él. Ahora que la tenía desnuda frente a él, Gabriel parecía no saber si abrazarla o caer de rodillas. Sus labios temblaban como si intentaran pronunciar una ...
... oración olvidada. Era la imagen de un guerrero que había cruzado la muerte para volver a tocar la vida. Y en su mujer —en su vagina, en sus senos, en los pezones temblorosos bajo la luz suave— encontraba la prueba de que aún pertenecía al mundo de los vivos. —No sabes lo que es dormir entre hombres que gritan nombres de sus muertos —susurró—. Ni soñar con tu voz y despertar con barro en la boca. Se acercó a ella, y la entrada de sus dedos fue como los de un mendigo que acaricia oro. Isadora no decía nada. Pero en su entrega había una forma extraña de compasión, casi maternal. Lo dejó penetrarla, como se adentra un hombre al mar: sabiendo que no hay saciedad. Adolfo seguía allí, inmóvil, con el alma encogida como si presenciara una plegaria demasiado íntima. No era lujuria lo que veía. No del todo. Era una necesidad desnuda, una herida abierta buscando calor. Afuera se escuchaban risas y ruidos de jolgorio. Las copas tintineaban con alegría fingida, y los acordes de una guitarra corrían entre las voces como un arroyo encantado. —Señor, permítame servirle otra copa —decía un sirviente con una sonrisa profesional. —¡Qué gusto tener a un bellezón sirviéndome licor con el dulce sonido de la guitarra! ¡Hacía mucho que no disfrutaba de tales placeres! Entre los presentes se hallaba el General Jesús, un hombre de edad avanzada, con más historias que dientes, y una influencia tan vasta como su irreverencia. Era el único capaz de tratar al General Gabriel como a un igual, o peor aún, como a ...