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La joven ama
Fecha: 13/12/2025, Categorías: Hetero Incesto Sexo con Maduras Autor: Ericl, Fuente: SexoSinTabues30
... un subordinado, sin temor a morir por ello. Las voces murmuraban entre sorbos: —Supongo que eso es lo que tiene tan nervioso a ese vejestorio. Quiere bajarnos los humos… —Siempre está regañando al general Gabriel frente a todos sus hombres. Es obvio que lo hace a propósito. —Si el general Gabriel no fuera un hombre tan leal y disciplinado, no dejaría que le hablara así. —Cualquier otro hombre menos noble habría perdido los estribos y montado un numerito. —El general Jesús tampoco es alguien normal. Solía ser un esclavo que subió a superior de tercer grado. Tengo que aceptar que tiene sus ases bajo la manga. —Me sorprende que el general Gabriel sea tan leal al general Jesús cuando solía ser un mero esclavo… —Lo único que estoy diciendo es que se debe de necesitar mucha paciencia… En ese momento, una figura femenina emergió entre la multitud con la suavidad de una pluma en el viento. Sofía, vestida con la elegancia de quien conoce su lugar y también su poder, saludó con una inclinación de cabeza apenas perceptible. —Saludos, señores. Bienvenidos sean. —¡Cuánto tiempo, señorita Sofía! —¡Parece que ha crecido el doble desde la última vez que la vi, señorita! ¡Jajajaja! —Buenas noches a usted también, señorita. Sofía sonrió con mesura, como si pesara cada palabra antes de entregarla. —Gracias, señor Yonatan. (Algo sonrojada) Y su voz, aunque suave, logró callar por un instante la risa y las especulaciones, como el roce de un pañuelo de seda en una mesa cargada de copas. Mientras ...
... tanto, en la habitación principal, resonaban los gemidos. No eran gritos, ni alaridos de pasión. Eran hilos delgados, temblorosos, que parecían surgir de un lugar más hondo que la carne. Ritmos entrecortados, respiraciones que parecían rogar y conceder a un mismo tiempo. El sonido se deslizaba por los muros, escapando de entre las puertas apenas cerradas, como un secreto demasiado grande para guardarse. Adolfo seguía allí, a unos pasos, oculto en una sombra más vieja que él. La bandeja ya no temblaba: él temblaba y una erección se hacía presente en sus pantalones aún imperceptible para él mismo. Dentro de su cabeza, pensamientos inconexos se arremolinaban como hojas en un vendaval. “La señora siempre está tan elegante y seria…” “La señora parece estar sufriendo…” “No… no le duele… es algo distinto…” Intentaba nombrar lo que no entendía. Había visto dolor antes —el de los soldados heridos, el de los niños castigados— pero esto era otra cosa. Lo que brotaba de los labios de Isadora no era grito ni queja. Era entrega. Era algo que no cabía en sus palabras de niño. “¿Por qué no se cubre? ¿Por qué lo deja mirarla así?” “¿Por qué parece llorar… sin lágrimas?” Sintió que se le apretaba el pecho. No por envidia, ni por miedo, sino por algo mucho más antiguo. Como si estuviera viendo un misterio demasiado grande para él, algo que solo los adultos sabían interpretar. Y aun así, algo dentro de él —algo joven, pero ya despierto— sabía que lo que estaba presenciando no se iría nunca. No ...