1. La noche en que Mérida decidió huir


    Fecha: 16/12/2025, Categorías: Incesto Autor: Ericl, Fuente: SexoSinTabues30

    Fergus tenía 33 años, y aunque la vida no le había dado lujos, su presencia llenaba cualquier espacio con una gravedad que se sentía más que se veía. Alto, trigueño, con hombros anchos y brazos musculosos que tensaban la tela de su camiseta como si estuvieran siempre listos para sostener, empujar o someter. El pelo negro, un poco largo y con ese desorden calculado, dejaba escapar mechones que caían sobre su frente. Entre respiración y respiración, el pecho subía lento, pero profundo, como si cada inhalación midiera el aire y cada exhalación soltara algo denso, cargado. Sus ojos marrones, oscuros como tierra húmeda, se estrechaban apenas cuando la miraba, un gesto mínimo pero que a Mérida le recorría la espalda como un roce invisible. El vello abundante que asomaba por el cuello de la camiseta parecía invitar a imaginar el resto de su torso, y el calor que desprendía, mezclado con un aroma de sudor limpio y cuero viejo, la envolvía hasta dejarle la garganta seca. Había en su padre una rudeza atractiva que no pedía permiso… y a Mérida, más que fascinarla, le resultaba asfixiante, como si cada mirada suya fuera una mano cerrándose en torno a su respiración.
    
    Elinor, con apenas 30 años, era el tipo de mujer que no necesitaba pedir atención: la reclamaba sin esfuerzo. Su piel clara, impecable como porcelana, parecía guardar el secreto de un cuidado obsesivo; el cabello castaño oscuro, liso y brillante, caía hasta media espalda como una cortina que enmarcaba un rostro ...
    ... diseñado para el control. Los ojos verdes, fríos y calculadores, podían desvestir o desarmar con la misma precisión. Sus labios, siempre pintados en un tono sobrio, tenían la forma exacta para pronunciar órdenes. Alta, de figura esbelta y elegante, cada movimiento era una coreografía medida; incluso al caminar, sus caderas se mecían con un ritmo sutil, el suficiente para que quien la mirara sintiera que no debía, pero no pudiera dejar de hacerlo. Había en ella una autoridad que excitaba tanto como intimidaba, y lo sabía.
    
    Mérida, con16 años recién cumplidos, era el contraste vivo: cabello rojo rizado que caía en cascadas rebeldes sobre sus hombros, piel clara salpicada de pecas que se negaba a ocultar bajo maquillaje y unos ojos azules que parecían mirar siempre con un desafío velado. Le gustaba verse bien y oler aún mejor; su perfume, cálido y floral, quedaba flotando en el aire después de que pasaba. Su cuerpo, completamente formado, tenía curvas firmes y provocadoras: senos plenos y turgentes que se insinuaban bajo cualquier tela ligera, cintura estrecha que se abría en caderas amplias y un trasero redondo que se movía con una naturalidad peligrosa. Sus muslos, fuertes y bien dibujados, invitaban a imaginar el calor que escondían; y entre ellos, su intimidad —recortada, húmeda, palpitante en ciertos momentos— era parte de su conciencia corporal, algo que no le avergonzaba sino que llevaba como un arma silenciosa. Pese a esa sensualidad, Mérida era obediente con sus padres, ...
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