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La noche en que Mérida decidió huir
Fecha: 16/12/2025, Categorías: Incesto Autor: Ericl, Fuente: SexoSinTabues30
... cumpliendo cada norma que le imponían… al menos en apariencia. Pero más allá de lo físico, había en ella un espíritu indómito que parecía demasiado grande para las paredes en las que vivía. Para Mérida, ese hogar no era un refugio, sino una jaula pulida donde cada gesto era evaluado y corregido; paredes impecables, muebles ordenados y un silencio que pesaba más que cualquier grito. Vivía como si cada rincón tuviera ojos, como si la casa entera estuviera diseñada para contenerla y moldearla en alguien que nunca aceptaría ser. Esa noche, la cena había sido un campo de minas invisible. Fergus hablaba de un vecino “bien puesto” que podría ayudarle con un negocio y que “sería bueno para conocer a la familia”. Elinor asentía con una calma estudiada, pero sus manos se movían con precisión quirúrgica para corregir la forma en que Mérida cortaba la carne. Mérida no podía dejar de notar lo que pasaba bajo la mesa: la mano derecha de su padre descansaba con naturalidad sobre el muslo de su madre, apretando de vez en cuando, como marcando un pulso que solo ellos entendían. No había nada de secreto en aquello; en esa casa, el deseo se nombraba sin filtros. Fergus podía decir, con una sonrisa tranquila, lo bien que le quedaba esa falda o cómo preferiría verla sin ella, y nadie fingía no escucharlo. Elinor respondía con miradas directas, cargadas de promesas que sabían cumplirse, y de vez en cuando dejaba escapar una frase que dejaba claro que lo suyo continuaría más tarde, a ...
... solas. Mérida, sentada frente a ellos, no sabía si apartar la vista o seguir observando; era como si el aire en la mesa se espesara con algo que no estaba destinado a ella, pero que la tocaba igual. Mérida intentaba mantener la vista fija en su plato, pero no podía evitar que el calor subiera por sus piernas. Sus pezones se endurecieron bajo la tela fina de la blusa, rozando el tejido en cada respiración. La presión húmeda entre sus muslos aumentaba con cada frase descarada, con cada apretón que veía de reojo. No era simple incomodidad; era la sensación peligrosa de estar siendo arrastrada hacia algo que, en el fondo, quería explorar. El ambiente estaba impregnado de ese olor tibio a comida recién servida mezclado con el perfume de su madre y el aroma más terroso y masculino de Fergus. Para Mérida, esa casa siempre había sido así: un lugar donde la sexualidad no se nombraba pero se respiraba en cada gesto, en cada roce que creían disimular. Era una sensación que la confundía, que la irritaba… y que a veces, muy a su pesar, la hacía consciente de su propio cuerpo. —Y tú, ¿qué opinas, Mérida? —la voz, grave y levemente rasposa, rompió el zumbido de las conversaciones como una caricia brusca en la nuca, pero sin cortar el hilo cargado del tema—. Apuesto a que ya has probado más de lo que aparentas. Ella sintió el calor denso del ambiente pegarse a su piel, ese calor que se mezclaba con el aroma tenue pero persistente de vino y cuero viejo que venía de su padre. Bajo la ...