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La noche en que Mérida decidió huir
Fecha: 16/12/2025, Categorías: Incesto Autor: Ericl, Fuente: SexoSinTabues30
... Cuando levantó la vista, él seguía ahí, inmóvil, pero con la respiración apenas más profunda, como si oliera lo que estaba ocurriendo entre sus piernas. La sonrisa ladeada no era ambigua; estaba llena de la certeza sucia de que la tenía atrapada, de que podía dejarla ardiendo sin siquiera tocarla. Y en ese instante, ella supo que su padre disfrutaba del control… tanto como de la posibilidad de quebrarla. Mérida, ignorando lo que acababa de decir, le devolvió la sonrisa. No porque quisiera complacerlo… sino porque sintió que podía mirarlo como quería, no como debía. Fergus sonrió, pero no había ternura. —Todos decimos eso a tu edad. Después la vida te enseña quién manda. Elinor, sin levantar la voz, soltó la frase que encendió la mecha: —La vida no, Fergus. Nosotros. Mérida sintió que algo en su interior se rompía con un chasquido seco. Miró a ambos: él, con la seguridad de quien cree que todo se acomoda bajo su sombra; ella, con la frialdad de quien piensa que moldear a una hija es un deber, no una violencia. Pero esa frialdad no era gratuita:Elinor había sido madre a los 14 años. A los ojos de los demás, fue “una chica que se arregló la vida casándose joven”, pero en casa nunca se habló de lo que significó en realidad: crecer a la fuerza, criar a una hija mientras todavía era casi una niña, aprender a controlar todo porque el control era lo único que le quedaba para no quebrarse. Para Elinor, criar a Mérida no era solo un rol de madre: era un espejo que la ...
... devolvía a su propia adolescencia, a lo que perdió, a lo que nunca pudo elegir. Por eso necesitaba que Mérida encajara en el molde: no era solo disciplina, era miedo disfrazado de perfección. Esa noche, después de que Elinor subió sola a su habitación —algo inusual, pues lo habitual era que Fergus y ella se retiraran juntos, como un pequeño ritual conyugal que parecía sellar cada jornada—, la casa quedó envuelta en un silencio espeso. Fergus no encendió la televisión como de costumbre. Permaneció en la cocina, removiendo distraídamente una taza de café, el sonido metálico de la cucharilla golpeando contra la cerámica. Cuando Mérida apareció en el marco de la entrada, él levantó la vista y la sostuvo, inmóvil, como si su mirada fuera un anzuelo invisible. No dijo nada; solo alzó la mano con un leve movimiento de los dedos, lento, medido, como quien sabe que no necesita insistir para ser obedecido. Un gesto simple, sí… pero que llevaba la densidad de una orden íntima. Ella sintió cómo su pecho se inflaba más de la cuenta al inspirar, y cómo el aire, caliente, se le quedaba un segundo atrapado antes de escapar por los labios entreabiertos. Las yemas de sus dedos rozaron la tela suave de su falda, un roce nervioso que subía por sus muslos como si buscara ocultar el ligero temblor que los recorría. No supo si aquello era costumbre, un reflejo aprendido desde siempre… o si había algo más, una tensión muda que no se nombraba, pero que le aceleraba el pulso y le humedecía la boca ...