-
La noche en que Mérida decidió huir
Fecha: 16/12/2025, Categorías: Incesto Autor: Ericl, Fuente: SexoSinTabues30
... mesa, cruzó las piernas despacio; la seda tibia de su ropa interior —un encaje rojo que le rozaba apenas la piel— se tensó contra la humedad que empezaba a formarse. Un leve cosquilleo le subió desde la base de la espalda hasta la nuca, obligándola a tragar saliva antes de responder. Sus pezones, atrapados bajo la tela fina de la blusa, reaccionaron al roce mínimo con el sostén, endureciéndose sin pedir permiso. Él la miraba con una calma que quemaba más que cualquier grito, como si pudiera oler cada latido acelerado, cada pequeña traición de su cuerpo. Ella levantó la vista despacio, dejando que sus pestañas largas barrieran el aire antes de encontrarse con ellos. Sus padres la miraban con una sonrisa traviesa, ojos brillando de una curiosidad sin pudor. El silencio que se extendió no fue incómodo; era denso, eléctrico, como una mano invisible deslizándose por su piel. Sabían que iba a hablar, y ella también lo sabía. En su asiento, sintió cómo el encaje húmedo de su ropa interior se pegaba a su intimidad, recordándole con cada pequeño roce el último momento en que se había corrido… y con quién. Ellos esperaban esa confesión como quien espera un postre prohibido, saboreándola antes de escucharla. —Opinar sobre qué exactamente… —respondió, fingiendo inocencia, mientras se mordía el labio inferior. El calor le subió a la cara y a la entrepierna al mismo tiempo. La blusa ya no era una barrera, y sabía que si alguno de los dos bajaba la mirada podría notar cómo los ...
... pezones tensaban la tela. —Supongo que… —dijo, dejando que la frase se alargara— … Hubo alguna risa breve. Fergus sonrió y se puso de pie, su sombra creciendo sobre la mesa. Mérida lo siguió con la mirada, despacio, desde las botas gastadas que apenas hacían ruido sobre el piso hasta el torso ancho bajo la camiseta. Cada línea de su cuerpo tenía esa rudeza trabajada por años, y ella, sin querer —o quizá queriendo más de lo que admitía—, dejó que sus ojos se detuvieran en el bulto marcado por el tejido, esa curva que tensaba la tela y que en su cabeza adoptaba formas y sensaciones que no debía imaginar. El calor de la habitación parecía aumentar, o quizá era su propia blusa de algodón claro, ajustada en el pecho y ceñida a la cintura, la que le recordaba cada respiración que daba. El tejido marcaba el contorno de sus senos y se pegaba levemente a su piel, como si también estuviera al tanto de hacia dónde se había dirigido su mirada. El pensamiento fue rápido y ardiente, un relámpago que le recorrió la piel como si alguien hubiera deslizado un dedo húmedo y lento por dentro de ella. El calor le subió al pecho, endureciéndole los pezones bajo la blusa fina hasta doler, mientras una humedad tibia comenzaba a empapar el encaje de la ropa interior que había elegido esa mañana más por capricho sensual que por costumbre. Tragó saliva, notando cómo los muslos se tensaban y se cerraban con una presión involuntaria, como si intentara contener un pulso que ya se le escapaba. ...