1. Heil mama (Cap. 2)


    Fecha: 12/06/2018, Categorías: Incesto Sexo con Maduras Autor: DocJoliday, Fuente: CuentoRelatos

    Al día siguiente me desperté cansado, como si apenas hubiese dormido. Me senté en la cama para espabilarme un poco mientras escuchaba las noticias por la radio (una costumbre que había heredado de mi padre). Miré hacia la pared que tenía justo delante, en concreto a un póster de la modelo Claudia Schiffer, quien en aquellos años era probablemente la mujer más hermosa del planeta. En aquella foto estaba tumbada en la playa, con un bikini blanco y su teutónica melena rubia cayéndole por los hombros. Estaba acostumbrado a la sensual mirada de sus ojos azules, pues la veía cada día al levantarme, pero aquella mañana era distinta. Aunque parezca una locura, noté en su mirada algo que parecía reproche, mezclado con asco y lástima. Era como si supiese lo que había hecho la noche anterior, cuales habían sido mis degeneradas fantasías mientras me tocaba. Dios me había visto, y ella también. Dios podía juzgarme cuando me muriese, pero esa zorra alemana no tenía derecho a hacerlo. Me levanté de golpe, arranqué el póster de la pared y lo metí en el armario. Esa noche me correría en su cara y en sus tetas... Así aprendería a no meterse en mis asuntos. Tras lavarme la cara y echar una meada fui a la cocina, donde encontré a mi madre haciendo el desayuno. La tía Merche no se había levantado y seguramente no lo haría hasta varias horas más tarde. No trabajaba y no era aficionada a madrugar. —Buenos días —dije, mientras me sentaba a la mesa. —Buenos días, cariño. Mamá siempre me llamaba ...
    ... cariño, tesoro, y cosas parecidas, pero esa mañana me sonaba diferente, como si no me lo mereciese. Ella estaba de espaldas, preparando tostadas. Aún no se había peinado y su moño era un nudo rubio algo desaliñado que le daba cierto aire juvenil. Llevaba una bata guateada azul oscuro, con diminutas flores blancas y rosas, y unas zapatillas de andar por casa también azules. Por primera vez me pregunté que llevaría debajo de esa bata. Podía ver sus tobillos desnudos y el comienzo de las carnosas pantorrillas, fuese lo que fuese no era muy largo. Estábamos en primavera y no hacía frío, así que tal vez solo llevase ropa interior. Caminó hacia la mesa, dejó un plato con tostadas y cuando se inclinó para sentarse la gruesa tela de la bata se separó de su piel a la altura del escote. El pequeño crucifijo de oro que siempre llevaba se balanceó un instante frente a mis ojos. Aparté la mirada de inmediato y me concentré en desayunar. Cuando me calmé un poco, decidí que no tenía por qué avergonzarme. La culpa había sido de mi tía Merche. Verla medio desnuda a esas horas de la noche había enturbiado mis pensamientos, me había llevado a imaginar a mi propia madre, una mujer que era prácticamente una santa, abandonando su recato y en actitudes muy poco cristianas. Sí, la culpa era de mi estúpida tía y su diminuto camisón, de sus piernas perfectas y su culo duro como el mármol. ¿Qué se había creído? Ella no era nadie para tener a una mujer decente y madrugadora como mamá despierta hasta las ...
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