La mili
Fecha: 19/06/2018,
Categorías:
Gays
Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos
... ríe de nuevo, esta vez francamente y escucho una risa que espanta a las palomas). ¡Bueno, claro! Los banqueros nunca llegan tarde: time is money. - - Vale. Nos vemos a la salida. ¿Te parece dentro de veinte minutos? - - Hecho, mi cabo. A sus órdenes. Estoy tan feliz que ni siquiera me preocupo porque no exista ese tío banquero. Lo que sé es que lo voy a tener conmigo, y que por lo menos durante quince minutos o media hora lo tendré para mi solo; después, el tiempo dirá. Estuve luchando contra el reloj, pero aunque llego siete minutos antes, él ya está allí. Yo sigo con la felicidad a flor de piel y rezando para que ésta no la joda con ninguna estupidez, pero a la muy puta se le dio, mientras estamos esperando el taxi, de salirse por peteneras y comenzar a comportarse como una estúpida enamorada. No recuerdo las mariconadas que dije, pero es que para los malos recuerdos tengo el antídoto de que los sepulto en el olvido. Por fin llega el taxi y cargados con nuestros macutos nos ponemos atrás. De no parar de hablar como una cotorra pasé a una fase contemplativa en la que, fuera de la dirección de la pensión, no dije esta boca es mía. Estaba demasiado nervioso para decir algo; pero es que él tampoco hablaba. Cada vez que lo miraba el estaba mirando el insulso paisaje; en ocasiones cruzábamos nuestra mirada y al momento, como si quemaran, volvíamos al muermo de paisaje que nos acompañaba. Sin venir a cuento me desabroché el pantalón. Ni tan siquiera lo miré. No quería ...
... estropearle la vista que me brindada a ofrecerle. - - ¿No le importa, verdad jefe? Así llego a la pensión y ya puedo salir. - - Para nada, hijo. Lo que te pida el cuerpo. ¡Quién tuviera vuestros años! –contestó el veterano taxista ya acostumbrado a otros espantos. Y ahí comenzó a darnos el coñazo durante todo el camino, sin importarle que no le prestáramos puñetera atención, pues los dos estábamos a lo que estábamos: yo a exhibirme y él a mirar. Me bajé con cuidado y lentamente los pantalones dejándolos en el tobillo y abriendo el telón que tapaba la puñetera de la camisa. Me coloqué el paquete para que luciera bonito: con los huevos bien puestos y la polla en el mismo centro pidiendo espacio. Desabroché los cordones de aquellas botas interminables, y como si fuera una starlet barata, que tras el zapato quitara con sensual movimiento la media, obré de la misma mantera. Me desabroché la camisa y me la quité tratando de moverme lo menos posible para que la ropa cayera por su propio peso. Y allí me quedé, con mi camiseta de tirantes y gayumbos, disimulando sin saber qué venía después del desvestirse. Busqué una postura en la que los músculos de mi cuerpo mostraran su lenguaje. Me levanté los brazos palpándome los sobacos para recoger el sudor y que me viera con todo lujo de detalles. Lo mismo hice con mis tetas. Más que un aseo era un magreo puro y duro, en la que cada parte de mi cuerpo recogía su merecido homenaje. Durante cuatro o cinco minutos sólo presté atención a mi cuerpo. En ese ...