Secretos sucios de una mucama
Fecha: 15/07/2018,
Categorías:
Confesiones
Autor: ámbar coneja, Fuente: CuentoRelatos
Guillermo y Viviana viven en un hermoso caserón ubicado en un lujoso barrio privado en las afueras de la ciudad de Buenos Aires. Hace más de 2 años que presto incondicionalmente mis servicios de sirvienta con cama adentro, y no reniego por tener solo los fines de semana y feriados para mí. La paga es muy buena, y no tuve tiempo de pensar en ninguna otra oferta, ya que tengo una hija adolescente sin padre, un padre enfermo, una madre ciega desde que tuvo un golpe de presión tras una discusión feroz con mi viejo. No tenía hermanos ni tíos a los que recurrir, y jamás quise molestar a mis amigas. Así que acepté ese trabajo, a pesar de lo último que mencionó Viviana antes de mi firma en el contrato. ¡bueno Marta, claro está que tendrás que adaptarte a nuestras costumbres si tomás el empleo. Todos aquí somos muy liberales, y no tenemos inconvenientes en que presencies cosas nuestras. Es más, nos encanta la idea de que alguien registre todo, y sin decir ni una palabra!, dijo con un gesto risueño y burlón. Sirvió dos copas de vino para brindar, firmamos después de ponernos de acuerdo con los números y, me puso al tanto de las actividades más importantes del hogar. Luego hicimos una recorrida por la inmensa mansión y descansé 2 horitas en el cuarto de servicio que se me asignó. ¡es precioso! Tiene un baño amplio con espejos, un balconcito, una cama matrimonial, un placard en la pared y 2 delicados muebles de pino, una mesita con 2 sillas y un suelo alfombrado delicioso. Más de lo ...
... que pudiera pedir una mujer de 35 años sin secundario, con algunos achaques del tiempo de tanto limpiar casas ajenas, y sin mayores pretensiones que una vida saludable. Ese día conocí a Guillermo, a una amiga bastante amable a la que jamás volví a ver, y a sus hijos, que son Pablo de 26, Diego de 22, Malena de 19 y Solange de 18. Todos me cayeron bien. Es más, me recibieron con un beso, cosa que no esperaba por mis propios pudores. Tenían esas edades cuando los conocí. No tardé en comprender a lo que se refería Viviana aquella tarde. Cierta mañana, en la que estaba lista para ordenar la inmensa vitrina del living repleta de adornos delicados, vi a Male en el sillón abrazada a una chica rubia que seguro tendría su edad. Me disculpé por interrumpir, pero ella dijo: ¡no te vayas, hacé lo que tengas que hacer, y no seas vergonzosa!, y se rió. Entonces me puse a organizar el mueble, mientras escuchaba besos, risitas, y hasta lo que decían: ¡sí boluda, ni hablar, cogeteló y después me contás… a lo mejor más tarde lo cogemos juntitas, pero ahora sacate las ganas!, sugería Malena. La otra ni hablaba. Solo le besaba el cuello, le levantaba la remera para tocarle los pechos y jugaba con su larga cabellera. Ese mismo día por la tarde lo internalicé mejor. Viviana me mandó a doblarle la ropa y cambiarle las sábanas a Diego, y aclaró que si él estaba no me hiciera problema. Llamé a su puerta y desde adentro me autorizó a entrar. Aunque apenas lo vi quise salir corriendo y dejar todo así. ...