Jamal de sangre y cuero. Mistress Cristina - Relatos Eróticos

Jamal de sangre y cuero. Mistress Cristina

El día siguiente a mi breve excursión por la ciudad condal, era sábado. Día que teníamos actividades hasta las cinco de la tarde. Momento en el que quedábamos libres para poder disfrutar unas horas en esa ciudad tan encantadora.

Mis compañeros habían hecho buenas migas entre ellos, cosa que resultaba muy buena al poner en práctica y consensuar métodos de entrenamiento. Yo, por mi parte, aportaba todo lo que podía y me integraba a la perfección en todo.

Ese día no fue muy diferente al anterior. Pero en mi mente estaba la cita que iba a tener con esas dos chicas que guardaban algún secreto del cual me iban a hacer partícipe esa misma noche.

Ángela nos enseñó por la tarde a grabar ya sobre el terreno. Explicando cómo sacar los mejores planos y como jugar con las luces para dar claridad a las imágenes. Era toda una maestra de la imagen y con ella aprendimos todo lo que íbamos a necesitar para realizar nuestros vídeos.

Con la clase de Ángela, llegábamos a las cinco de la tarde.

Había quedado con las chicas a las ocho para ir a cenar. Así que de cinco a siete me distraje con mis compañeros en el bar del hotel. Esa noche nadie iba a salir por ahí.

Nadie, excepto yo, claro. Tenía un plan que no podía rechazar.

Me tenían intrigado esas dos morenas. Solo me habían dicho que me pusiera elegante y me preparara para una noche muy intensa.

Subí a acicalarme a la habitación y cuando estuve listo miré el reloj, ya era casi la hora a la que iban a pasar a buscarme ...

... mis guías turísticas.

Esta vez vinieron a buscarme andando. Las dos iban con vestidos de noche y peinadas de peluquería. Estaban espectaculares.

—Pero qué guapas estáis hoy chicas.— Les dije, adulándolas.

—Tú sí que estás para comerte, Jamal.— Me dijo Lidia.

—Y es muy posible que te comamos esta noche. ¿Estás preparado para todo?— Espetó Ángela.

—I’m ready.— Respondí.

—Primero vamos a cenar, que necesitaremos energía para lo que se nos viene encima.

—Sí, vamos. Ya está reservado el sitio y todo. No necesitamos coche. Es aquí al lado.

Salimos del hotel. Yo iba en medio, flanqueado por esas bellezas que me escoltaban, camino de: Los jardines de Pedralbes.

Nombre del restaurante donde un rato más tarde íbamos a degustar un menú llamado embrujo de Pedralbes. Que nos llevaría por un festival de sabores que iba desde un surtido de ibéricos hasta un pastel de salmón ahumado con bacalao. Pasando por tres ensaladas diferentes como guarnición.

—Estaba todo delicioso, chicas. Muy buena elección. Se nota la calidad en todo lo que rodea a este restaurante.

—Pues claro. Es de los más elegantes de esta parte de la ciudad. Y, por tanto, de toda Barcelona.— Dijo Ángela, orgullosa de tan buena parte elección.

—Siempre es bueno empezar la noche aquí. Además, no hay ni que coger al coche para llegar a nuestro destino.— Apuntó Lidia.

Los tres nos miramos cómplices. La tensión sexual aumentaba por momentos, al nivel que iba creciendo la ingesta de alcohol por ...